Maricela me contó llorando, las últimas horas de vida de
su esposo, el buen maestro Fonseca. Cuenta Maricela que en la última hora de
vida de su esposo, ella apoyó la cabeza sobre su pecho escuchando su corazón. Durante
40 minutos estuvo quieta sobre el corazón del poeta, escuchándolo latir hasta
que paró. Y me repitió varias veces ahogada en llanto: “ese corazón de la vida
mía… ese corazón de la vida mía”, señalando una foto del buen maestro Fonseca
que ilumina la sala de su casa.
Quienes los conocíamos, sabíamos cómo el buen maestro
Fonseca cuidaba a Maricela, como si ella fuera de cristal y al menor movimiento
brusco se deshiciera en vidriecitos multicolores. “Me sobreprotegía demasiado”,
comentaba Maricela, y era cierto. Maricela lloraba sin consuelo y de pronto se
secaba sus lágrimas, y exclamaba: “pero tengo que ser fuerte, tengo que ser
fuerte porque él lo quería así”.
De camino a casita comenté con Jorge sobre el tema, hablé
de Maricela y Fonseca, y salté a mis padres, a mi padre quien cumplirá este febrero
otro año de muerto y medité en la noche un poco sobre las parejas, donde
generalmente el más “fuerte” se va primero y deja al otro con un largo camino
aún por transitar en esta vida con ese vacío junto a él que algunos nunca
superan, o se demoran en superar.
Meditaba que el buen maestro Fonseca, al igual que mi
padre, decidieron irse porque sabían que no eran los únicos “más fuertes”, ni
siquiera intentaron serlo, y como regalo de Vida ofrecieron su último acto de
amor. Simplemente en su infinito acto de amor evitaron que al enfrentar “una larga y penosa
enfermedad” donde el organismo se deteriora demasiado y el espíritu cabecea
entre la duda y la debilidad, sus parejas se deshicieran en vidriecitos
multicolores arrastrándolos a ellos como en un alud irremediable montaña abajo.
Ellos sabían que todos somos de cristal y necesitamos protegernos. A veces
Jorge me lo repite cuando protesto por su sobreprotección: “claro que eres de
cristal y tengo que cuidarte”, yo le sigo protestando, pero anoche lo entendí.
Y eso fue lo que el buen maestro Fonseca le ofreció a
Maricela, lo que mi padre le ofreció a mi madre, lo que mi socio Alfredito le
ofreció a Yuset, y lo que muchos más ofrecen diariamente cuando deciden morir “así
de pronto”, sin avisarnos, sin prepararnos. Nos ofrecen su último acto de amor:
cuidarnos hasta el infinito para que no nos deshagamos en vidriecitos
multicolores porque todos somos de cristal. Y en ese acto de Vida/Muerte/Vida
nos confirman que somos una espiral de vida siempre donde algunos simplemente
se van porque tenemos que seguir viviendo otros, sin muletas, porque todos
somos fuertes aunque seamos de cristal y la Vida debe continuar.
Y ellos lo entendieron con esa lucidez cegadora que da la
Muerte cuando silenciosamente se sienta a tu lado, y te acaricia como una
amante amorosa, y puede estar ahí semanas, años, días, sentadita en silencio
mirando por nuestra ventana a nuestro lado, aunque quienes nos rodean no la
vean, ni siquiera la respiren. Pero ellos lo entendieron con esa lucidez que da
la Muerte. Es mejor morir “así de pronto”, los que se creen más fuertes porque todos
somos de cristal y cualquier movimiento brusco puede deshacernos en vidriecitos
multicolores, y destruir todo ese mundo bello que hemos creado alrededor
nuestro. Lo entendieron, es necesario morir para que tú puedas seguir viviendo
y el dolor, la pena, la miseria de mi cuerpo, los momentos de debilidad, duda,
temor que tenga por la enfermedad, no te deshagan en vidriecitos multicolores y
arrastre todo lo que amamos como en un alud irremediable montaña abajo.
Gracias buen maestro Fonseca por esa lección de vida y
amor. ¡Gracias!
Y no te preocupes, algún día Maricela también entenderá
que tu último acto de amor y poesía fue dejarle la vida porque somos una
espiral de vida, siempre. Yo sé que lo entenderá porque después de repetir llorando:
“ese corazón de la vida mía… ese corazón de la vida mía”, de pronto se secaba
sus lágrimas, y exclamaba: “pero tengo que ser fuerte, tengo que ser fuerte
porque él lo quería así”. Ella ya lo está entendiendo como yo lo entendí.
¡Gracias!
Luz y progreso para tu espíritu y aquí te recuerdo tus
versos para que los declames en ese sitio de luz donde la Muerte te llevó, cuando
silenciosamente se sentó a tu lado, y te acarició como una amante amorosa, aunque
nosotros ni siquiera la vimos, ni la respiramos.
“Me
costaría noches emprender un viaje:
cicatrices del cielo, mi perro
asolado
las ventanas y el único paisaje
huyendo
siempre adentro, cloaca y
asombros.
Mi cuerpo comienza a separarse
por las hendiduras se advierten
síndromes.
Al otro lado es el fuego, la
noche, los augurios.
Puede que suenen campanas,
recogimiento
Y todo haya concluido:
cinematógrafo
descubrimiento, la tarde
perdiéndose”.
("Cicatrices del cielo",
Alejandro Fonseca, 2010)