Mi abuela murió esta tarde en Labana. Hacía 8 años que no nos veíamos. Y 6 años que no veía a mi padre cuando también se murió en Labana hace dos años. Esas dos muertes lejos de mí, me las debe Fidel Castro, porque no pude ir a enterrar a ninguno de los dos. El gobierno de Labana me mantiene castigada sin permitirme entrar a mi país. Mis únicos pecados contra el régimen cubano mientras viví en la Isla, fueron entregar el carnet de la UJC en 1990 cuando me cansé de formar parte de la farsa militante- uniformada a la que prácticamente me obligaron a entrar en mi adolescencia; relacionarme con intelectuales y artistas de pensamiento abierto -y diferente al expresado en el discurso oficial-; y desertar de un evento internacional de vídeos, al cual salí con visa gestionada por el Ministerio de Cultura -y pagada en su totalidad por mí-, en el cual sólo estuve 24 horas. Todo esto siendo miembro de una conocida familia comunista y después de haber sido, durante años, formada para integrar la vanguardia socialista de mi país. Al parecer, estos hechos son más que suficientes para que me impidan entrar a mi país a enterrar a mi abuela y a mi padre. Por lo menos enterrarlos, porque verlos en mucho tiempo no me lo permitió.
Debo confesar que cuando salí de Cuba, lo hice preparada para no volver a ver a mi abuela. Dos años antes, le habíamos celebrado por todo lo alto sus 80 cumpleaños con toda la familia. No es que mi abuela fuera una mujer frágil y muy enferma que fuera a morirse pronto, pero había algo dentro de mí, en lo más profundo de mi alma, que me aseguraba que nunca volvería a abrazar a aquella vieja mandona y autosuficiente. Porque no es que mi abuela fuera la mejor abuela del mundo, realmente tenía muchos defectos que no se esforzaba en esconder, incluso a veces bromeábamos con ella diciéndole que nos habían comido a la abuelita, dejándonos al Lobo Feroz en la casa, pero a pesar de su mal carácter, yo la amaba.
Cuando era niña y todavía la Revolución me impresionaba, mi abuela me hacía los cuentos de como la familia luchó en la clandestinidad y algunos, subieron a la Sierra Maestra, para bajar barbudos y montados en los tanques que entraron en Enero en Labana. Eran cuentos de personas humildes y semi-analfabetas que creían ciegamente en una causa, a la que todos invariablemente, les entregaron sus vidas mediante el esfuerzo y sacrificio durante años, la consagración se llamaba, hasta que murieron envejecidos y olvidados por un gobierno que nunca les pagó ni siquiera una atención médica de primera. Mi abuela era una de ellos. Muy joven junto a mi abuelo, se integró a la lucha del Movimiento 26 de Julio, entonces vivían en un cuartico de un solar en San Lázaro y San Francisco, y desde allí llevaban un ajetreo clandestino de bonos y brazalates del 26 de Julio, armas para la Sierra, dinero para materiales, y hasta leían a escondidas "La Carta Semanal". Mi abuela me hacía cuentos sin parar, mientras yo escuchaba embobecida sus historias del Ché, Camilo, y muchos más que ella admiraba inmensamente. Porque mi abuela era comunista de médula, su padre, mi bisabuelo, le había inculcado los cimientos de lo que sería después un fanatismo rojo desmedido. Entonces, cuando era niña y me educaban para ser parte de la vanguardia revolucionaria, yo admiraba a mi abuela y le prometía que cuando fuera grande, le escribiría un libro con todas sus memorias, esa mezcla de anécdotas de la clandestinidad, recuerdos de Galicia y lucha por sobrevivir en un mundo nuevo que le prometía un barbudo demagogo. Pero cuando fui grande, y descubrí que la Revolución tenía una oculta trastienda demasiado inmensa y llena además, de historias sangrientas, oscuras y escabrosas, primero me dió rabia con mi abuela porque la culpé de engañarme al no contarme la verdad sobre aquel gobierno, pero después comprendí que ella era también, otra víctima de la Revolución. Porque ella también vivió engañada por esa Revolución. Y lo más jodido de todo era que hasta su muerte cerebral, que fue mucho antes que su muerte clínica de esta tarde, ella vivió convencida que siempre hizo lo justo por una causa justa.
Pero a pesar de todo esto, de que mi abuela era más comunista que Lenin, y que muchos que la conocieron la odiaban por su intransigencia, sus informes de espionaje, y su trayectoria de lucha, ella era mi abuela, y ningún gobierno, ni gobernante, ni persona del mundo ya sea de izquierdas o derechas, podía impedirme que regresara a abrazar a la única abuela viva que me quedaba, esa pichona de gallega cascarrabias, esa vieja de muy mal carácter que estuvo lúcida hasta el último segundo, pero a quien quería muchísimo. Y que aún yo estando en el exilio, a millones de millas de distancia de su ideología y de su manera de ver la vida, todavía me gustaba conversar por teléfono con ella cuando llamaba a mi casa del Cerro, seguía escuchando, algunas veces bajo protesta, sus historias infinitas de familiares semi-desconocidos, héroes verdeolivos y añoranzas de una Cuba que ya no existía... digo yo.
PD. Espero que mi abuela descanse en paz, porque bastante agitada llevó su vida.