jueves, 30 de agosto de 2012

Apretaditos

Me estaba bañando y el agua caliente sacaba tu olor de mi cuerpo. Tu olor revolcado en mi epidermis después de una madrugada apretaditos, como dices, metidos uno dentro del otro mientras allá afuera se acaba el mundo. “¡Apriétame!" ordenabas con sutileza, y yo apretaba tus nalgas, tus hombros contra mi, clavándome en tu profundo. “¡Apriétame!” Y aprieto mi clítoris contra el chorro caliente que cae mientras mi piel perpetúa tus besos con barba, esos que ahora hacen que arda todo, y lo digo literalmente. Besos en numeración infinita porque fueron demasiados, ¿o sólo fue la ilusión óptica de tu lengua lamiendo lo que hallaba en su mirilla? Tu lengua intranquila que no censura ni “escrupuliza”. Siento tu lengua y los vapores del agua caliente me marean en tu olor. Mis dedos se pierden vagina adentro en un intento de reproducir tu pinga friccionando algún punto por allá dentro, que a esta altura me da lo mismo como se llame. El agua corre tetas abajo como corrían tus ojos que no paraban de mirarme, las tetas. De la misma manera que las mirabas cuando me conociste, sin censura, con descaro. Confieso que me avisaste que ibas a mirarme y a mirarme cuando me tuvieras apretadita, pero como me avisaste de tanto, ya no te creía. “¡Hummm!” Solo contestaba tus avisos. Tus ojos que no pararon de mirar y tus manos que eran la extensión de tus ojos tocando todo lo que miraban, esa madrugada bajo aguacero torrencial y fuerte viento, con el mundo acabándose allá afuera. Ahora bajo el fuerte chorro de mi ducha, reproduzco la madrugada en la punta de mis dedos mientras tu olor sale, sale. Y con el orgasmo fundido en mi mano-agua-caliente-sacando-tu-olor te veo mirándome con tus ojos inquisitivos y curiosos.

Fuiste el primero que vi al bajarme del carro. Solo, vigilante y barbudo, en el portal de N**. Miradas cruzadas. Entré como un tornado, dueña de todo, como suelo entrar a todos lados, y sé que tus ojos siguieron mis nalgas de la misma manera que escrutaron mis tetas cuando caminé hacia ti, hacia ustedes porque ya eran un grupo en el portal. Después de las presentaciones tardías, intentaste no despegarte de mí bajo cualquier pretexto. Atento, conversador por momentos, sonriente y mirándome, mirándome como si fuera lo único que valiera en ese preciso instante. Mirándome de la misma manera inquisitiva y curiosa como me miraste cuando desnudo de un tirón, empezaste a besarme con tu barba recién afeitada. “Lo que hace un hombre por tener a una mujer.” Pensé mientras miraba tu barba recién afeitada después que declarara públicamente que era alérgica al pelo de los animales y que no me gustaban las barbas, estaban old fashion. Te afeitaste y te desnudaste de un tirón sobre mi cama con una cerveza en la mano. Ansioso por besarme, por tocarme, por penetrarme y saciar tu insaciabilidad, como llamas a ese gusto perenne por sexo.

La tarde avanzaba, aquella tarde de tertulia en el Ranchito, frente al árbol milagroso y después frente al lago, a donde fuimos a expurgar nuestras malas vibraciones con el viento del sur que entraba a ráfagas rápidas y anunciaba la inminencia del huracán. Hasta ese momento todo fueron miradas y roces casuales en la cocina, en la terraza, en cualquier rincón donde coincidieran nuestras anatomías. ¿Coincidencias? Pensemos que sí. Hasta ese momento todo fue leve, pero regresamos restaurados del lago y la noche caía como el telón de D**, caía aprisa mientras se agotaban las cervezas, por lo menos las de mi gusto, y el cigarro mal enrollado pasaba de mano en mano, de boca en boca. La noche caía y tu deseo crecía sin control. Una banqueta baja, mi culo provocando y tú detrás de mi intentando acariciarme a escondidas. “¡Hummm!” Te regañaba cada vez que tu mano descaradamente, apretaba mi muslo, mi cintura, mi nalga. “¡Hummm!” Y te reías como un chiquillo travieso que sigue esperando la próxima oportunidad para repetir su jugarreta. La noche caía y tu deseo crecía. Luego vinieron en voz alta y para todos, tus poemas-canciones eróticos. “Cochinos”. Aseguraba N** y me reía porque acto seguido afirmaba que eras un cochino como yo. Tus poemas leídos-cantados con el apoyo en coro y percusión sobre silla de tu socio F** pintor. Tus poemas-canciones eróticos narrando templetas inmediatas o lejanas pero que invariablemente te llevaban a mi cuando en cada verso me mirabas de soslayo. Mirabas de soslayo mis tetas. La noche caía y seguías mirando mis tetas. La noche caía y tu deseo crecía. El mismo que hizo encerrarte a textear conmigo sin parar cuando como Cenicienta, me monté en mi carro y me desaparecí en la oscuridad del monte aquel después de medianoche.

Amaneciste texteándome, ansioso de sentirme. Todo el día texteándome. Contándome que hacían en el Ranchito, camino a la playa, está lloviendo, hice lentejas para todos. Seguiste texteándome hasta la noche. Precisabas verme, saber si eran ciertas las referencias que tenias de mí. Esas que hablaban de “cochinadas” como tus poemas y mis crónicas personales. Ese día pasaba cerca el huracán, a unas millas cerca, pero las suficientes para que se inundara el pueblo, lloviera torrencialmente y el fuerte viento del sur mantuviera desquiciados a los locos. La noche caía con el huracán cerca y me avisaste que irías a verme, pero como me avisaste de tanto, ya no te creía. Viniste. “Estoy afuera, esperando instrucciones.” ¿Cómo no recibir a un hombre recién afeitado que viene de madrugada bajo aguacero torrencial y fuerte viento, con el mundo acabándose allá afuera? Te abrí la puerta y te desnudaste de un tirón sobre mi cama con una cerveza en la mano. Ansioso por besarme, por tocarme, por penetrarme y saciar tu insaciabilidad, como llamas a ese gusto perenne por sexo. Te abrí la puerta y te colaste tras tu mirada inquisitiva y curiosa que era el inicio de tus manos. De tus manos que todo lo tocaban.

Apretaditos. Desnudos. Tu barba recién afeitada me hacia arder todo, y lo digo literalmente, mientras maldecías el condón que te distraía y no te hacia sentirme al 100%. Maldecías. Yo me reía de la repetición del mito de macho cubano. Pero tú seguías maldiciendo por el condón que te distraía. Apretaditos, besándonos sin parar, infinitamente, penetrados, tu lengua, mi lengua, batallando por las posiciones porque desnudos somos dominantes y posesivos. Batallando las posiciones. Woman on top. Man on top. Batallando apretaditos. Y tu pinga friccionando algún punto por allá dentro, que a esta altura me da lo mismo como se llame pero que hacia desbordarme en orgasmos, mientras me mirabas “hacer caras, gestos”, como dijiste. Apretaditos. Toda la madrugada bajo aguacero torrencial y fuerte viento, con el mundo acabándose allá afuera. Apretaditos. “¡Hummm!” Y ahora pensándote el orgasmo se funde en mi mano-agua-caliente-sacando-tu-olor, mientras te veo mirándome con tus ojos inquisitivos y curiosos. Apretaditos. Te veo tras el chorro caliente de mi ducha que saca tu olor de mi cuerpo. Apretaditos. “¡Hummm!”

Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)




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