martes, 5 de enero de 2016

Perdiendo la paz

Para el hermano escogido, Michel.
Para sus intentos continuos de no perder la paz.


Que todo vaya bien
todo súper genial
que puedas encontrar alguien bien
bien cerca de lo que esperabas
que límpida estarás en mis sueños, mujer
tú ve y busca en todas partes,
como quieras, como quieras,
como quieras ser amada
           
           Sin perder la paz, Michel Peraza

Ella era una muñequita de biscuit, de esas lindas que dan deseos de apretar y no apretar. Apretar y no apretar porque puede romperse. Apretar. Ella era una muñequita de biscuit cuando el sol le pegó en la cara, con esa luz que anula lo ordinario. Él iba de pasada y la vio. Iba de pasada y ella parada en la puerta de su mundo de cristalitos llenos de colores. Muñequita de biscuit en la puerta con el sol pegándole en la cara que brillaba y él quiso besarle el punto exacto donde el sol le pegaba. Él quería besarle el punto exacto y lo dijo en voz alta. Como un conjuro, como un decreto. Lo dijo en voz alta mientras le pegaba, el sol, y anulaba lo ordinario. Y lo dijo. Su amiga de lucha intentó borrarle la fantasía. Pero ella era una muñequita de biscuit, de esas lindas que dan deseos de apretar y no apretar. Apretar y no apretar porque puede romperse. Apretar. Una muñequita de biscuit para apretar mientras el sol le pegaba. Muñequita de biscuit que lo hechizó con la fantasía inalcanzable.
Él le ofreció besos, era todo lo que poseía. Besos únicos entrecuerdas, al borde del lago y al pie de los volcanes. Temblores de tierra a puros besos en su piel límpida de muñequita de biscuit que cuando el sol le pegaba, anulaba lo ordinario. Besos de lava para marcarle la carne, para derretir sus entrañas. Besos únicos entrecuerdas con notas impensables y versos eclécticos. Besos de agua caliente, del otro volcán, para lavarle los recuerdos de cualquiera, para borrarle la memoria, para anular lo ordinario. Pero sus besos eran marginales. Según ella. Sus besos de polvo y wiski, de pistola bajo la almohada, de esposas a la cama para enloquecerle esa lengua que mareaba sus sentidos en un idioma raro, de amigos ruidosos, de orgías, peligro, inventos. Sus besos eran marginales. Según ella, que era una muñequita de biscuit, de esas lindas que dan deseos de apretar, apretar, apretar, mientras el sol le pegaba en la cara. Apretar.
Ella enloqueció con sus besos marginales. Sus besos que pegaban, apretaban. Sus besos. Marginales. Ordinarios. Y él enloqueció con ella. Todo comenzó a enloquecer. Era una locura. Todo. Una espiral de sucesos sucedidos sucediendo sin control. Todo comenzó a enloquecer. Todo. Mucho mas después que él cargó ese bultico que respiraba su ADN. Ese bultico frágil, único, que cuando el sol le pegaba, sí se borraba lo ordinario. Todo comenzó a enloquecer. Todo. Incluso y a pesar de ese bultico que crecía. Ella enloqueció con sus besos marginales. Sus besos que pegaban, apretaban. Sus besos que fabricaron un bultico frágil, único. Un bultico de los dos en horas y horas de besos de lago, volcanes, notas y versos, pero también de coca y wiski. La locura que pegaba, apretaba. La locura de él. Locura de besos marginales, que no bastaban. Por eso todo comenzó a enloquecer. Todo. Una espiral de sucesos sucedidos sucediendo sin control que nada detenía. Ni siquiera ese bultico que respiraba su ADN. Frágil, único. Ni siquiera. Locura. Todo.
Un día la locura estalló. Un malentendido de polvo y alcohol. Unos besos que no fueron para ella. Un trío que nunca terminó. Una alucinación de volcanes, de muñequitas de biscuit pegadas que se rompieron, de lava chorreando entrepiernas, entrecuerdas. Una alucinación. Locura que estalló. Malentendido de polvo y alcohol. Pieles calientes que se repelen. Pegan. Aprietan. La locura. Estalla. La espiral disparada al máximo hacia el sol que cuando pegaba, pegaba tan duro que anulaba lo ordinario, y reventaba lo extraordinario. La locura estalló. Gritos. Reproches. Llanto. Y me escapé de allí sin ningún plan…, sin dejar que nada me aflojara. Cantó. Y un paracaídas de emergencia que se escapa solitario hacia el vacío. El único vacío que se abrió a sus pies, los de él. El vacío. El vacío. El vacío. Sin parar de caer. El vacío. Un paracaídas y el vacío... solo por instinto nato se ajustó, el paracaidas, confiesa. Y no he parado de caer, caer, mi amor no he parado… el  vacío. Cantó el vacío. Puede ser tal vez que nunca encalle… en el vacío. Nunca.
Aunque después, las calles volvieron a ser las mismas calles. Los amigos volvieron a ser los mismos amigos de sus ruidos. El polvo y el wiski volvieron a ser el polvo y el wiski consumido de todos los días. Los volcanes siguieron temblando. La guitarra siguió enredándose entre notas impensables y versos eclécticos. El sol siguió pegando en otras muñequitas de biscuit. En otras orgías esposadas a la cama con besos marginales. Y el lago siguió ofreciendo su lecho para el silencio. El silencio. El silencio de la factura grande que contándonos la vida va y nos pasa. La factura. Grande. El silencio. De su bultico, frágil y único. El silencio. De la muñequita de biscuit. El silencio, sin forzar nada, pero silencio, porque lo mas seguro es que nunca encalle... que nunca te olvide y que te me instales sin perder la paz. Sin perder la paz. Cantó y perdió la paz.
Porque desde entonces todo no fue bien a pesar de las Marías de su vida que lo hacen inventarse vidas de biscuit para complacer sus entrecuerdas. A pesar del camino exiliado. A pesar de las imágenes de una ciudad negra de crack y amigos borrachos que sonríen a la luz de los faroles. Los mismos amigos que llenan sus versos eclécticos. A pesar de los conciertos y los aplausos. A pesar del Pacifico unificador y el Atlántico separador que toca con sus dedos llenos de callos en los amaneceres de resaca cuando una melodía del piano a lo Matías le llena el celular. A pesar de los sueños que se empeña en soñar. Desde entonces todo no fue bien, todo no fue súper genial, y ella pudo encontrar alguien bien que la amó como quería ser amada en su mundo de cristalitos llenos de colores para muñequitas de biscuit en días sin sol y con frío trasAtlántico. Desde entonces todo no fue bien, porque la única fantasía se volvió inalcanzable. La única fantasía de él que era real, límpida. La única fantasía de él se fue con ella. Su bultico que respiraba su ADN se fue con ella. Y el trayecto no fue corto, y la caída le sigue costando cuando mira el amor en su mirada a través de la pantalla, y aceptarse sigue siendo la mas desgarradora manera de buscar diariamente donde encallar cerca para verlos envejecer. Para rellenar nuevamente sus cristales vacíos sin perder la paz.
La única paz que yo, ni nadie puede ofrecerle aunque lo amemos con locura, aunque lo intentemos, aunque nos despertamos de madrugada preocupados por él, aunque le brindemos un hogar, un plato de comida, una familia, una llamada llena de consejos y chistes, un abrazo, una acogida. Aunque busquemos en todas partes como quiera ser amado para que no pierda la paz. Aunque. No podemos. Porque desde entonces todo no fue bien, porque desde entonces la única fantasía se volvió inalcanzable. La única fantasía de él que era real, límpida. La única fantasía de él se fue con ella. Se fue. Con ella. Se fue. Y lo único que le queda es no apretar para que nada se rompa, definitivamente. Sin perder la paz.