sábado, 25 de septiembre de 2010

La furia, ese monstruo de cuatro cabezas.

Cuando era una niña y me poseía la furia, mi abuela Mima Europa, me daba un vasito ruso para que lo reventara contra la pared del vertedero y así poder tranquilizarme. Aunque no era un método muy ortodoxo, sí era muy eficiente. Y lo que mas me sorprendía, porque siempre creí que mi abuela era capaz de arrancarle con el cuchillo de cocina la cabeza a cualquiera, era que Mima Europa decidiera aniquilar en masa los vasitos rusos, en vez de masacrar familiares, amigos y vecinos. Y me sorprendía, porque los vasitos rusos como la carne en conserva, la col agria y el Osito Misha, eran símbolos de un país que ella reverenciaba por encima de todo, incluso por encima de su familia. Pero mi abuela era impredecible.
Los vasitos rusos eran yoga para la furia porque reventaban en un montón de pedacitos de cristal y sonaban seco como una bomba explotada bajo tierra. (Por favor, no quiero herir susceptibilidades, no tengo nada contra los vasitos rusos, soportaban muy bien el calor del café)
Con el tiempo se extinguieron los vasitos rusos y pasaron a ser reliquias celosamente guardadas, excepto en mi casa que terminamos comprando vasitos de ferretería. Al principio tuve la esperanza de encontrar un suplente, pero después de aniquilar varios tipos de vasos, me di cuenta que eran irreemplazables. A la furia, se sumó la desesperación, y llegué hasta robar dos vasitos rusos de casa de una amiga que al reventarlos escondida me dejaron una sensació de culpabilidad inmensa. Comprendí que me había convertido en asesina en serie de vasitos rusos y como los alcohólicos, debía entrar en rehabilitación. Pero antes, era necesario buscar otras terapias para evacuar mi furia.
Intenté de todo, morder almohadas hasta que me dolieran los dientes, encerrarme en el baño a despotricar contra todos, duchas frías, sexo loco, alcohol, pintarme el pelo de verde, intercalar malas palabras entre frases y en voz alta, ser friqui, sacar malas notas y hasta contestarle groseramente a mi padre, -en el intermedio hasta me lié con un grupo de amigos descontentos con el gobierno y hablábamos horas sin censura de "lo mala que estaba la cosa". Pero la furia seguía arrinconada entre las tetas como un monstruo de cuatro cabezas que las reproduce cada vez que le cortas una.
Un día llegué a hacer un forum de intercambio de métodos contra la furia entre mis amigos. Un conocido del ICRT me confesó que iba al Estadio a gritarle improperios al ampaya cada vez que había juego de pelota. Se sentaba detrás de Home y al primer error la emprendía con el pobre hombre a grito pelado, insultándolo y maldiciéndolo. Después caminaba hasta su casa porque no había guaguas, y llegaba directo para la cama a dormir como un bebé, decía que remedio santo, que después se pasaba hasta una semana lacio y feliz. Lo intenté pero después del primer grito, el ampaya me miró con cara de "si vuelves a gritar juro que te mato", y temí represalias, así que terminé con una abominable pizza del Latinoamericano en mi mano camino a mi casa y mas furiosa que antes.
Pasaron los años, acumulé relaciones, separaciones, diplomas universitarios, amigos, enemigos y hasta un curriculum adecuado, pero la furia seguía ahí, como monstruo de cuatro cabezas que era.
Un día, después de muchas aventuras (serán contadas la próxima vez), llegué a este país, y ahora-recién cumplidos los 40-, me doy cuenta que la furia ha desaparecido y le ha dado paso al cinismo, (entiéndase respuesta rápida cargada de veneno ante cualquier situación mas coraza blindada anti bombas atómicas). Ya no quiero "entrarme a golpes" con cualquiera al primer ataque de furia, ni siquiera extraño los vasitos rusos y gritar malas palabras en cada frase hasta perdió su atractivo. Incluso descubrí que manejar sin rumbo cuando mas encabronada estás, puede ser muy relajante y terminas descubriendo sitios mágicos que te recuerdan que en este país con una alta dosis de locos furiosos con fácil acceso a las armas de fuego, pueden existir oasis de calma que te permiten mirar sobre el hombro con cinismo a cualquiera que te replete los ovarios y pensar "pobre, quizás esté estresado porque no es feliz" (eso también lo aprendí que estrés es una palabra que pega con todo como el negro). Aprendí también, que el mejor antídoto contra la furia es contar tus bendiciones, porque incluso hasta después de unas relajantes vacaciones, puedes regresar al "real world" y encontrarte demasiado desempleado y en la mierda, y no pasa nada. El planeta sigue girando, los mismo hijoe'putas de siempre siguen mandando, la lista de millonarios no se reduce, el clima se sigue jodiendo y el índice de desnutrición no mejora en Etiopía por mas sesiones extraordinarias de la ONU que se hagan y ONG se creen. Cuentas tus bendiciones, dices una frase bien cínica sobre tocarle el culo al mundo si te viran la espalda y miras pal otro lado, porque quizás de ese lado haya mejor vista al mundo afuera. Pero eso irremediablemente lo aprendes cuando tienes un cementerio de vasitos rusos en tu alma, cuando las arrugas no se calman ni con Botox y ya el rojo vivo no te va con las canas... Se aprende cuando vivir tiene que ir suavizado con Advil Liquid Gel y Bengay... pero se aprende y te queda la satisfacción que le ganaste la batalla a la furia malaleche malnacida... pero se aprende... y que conste que no meto esta perorata porque tengo cáncer y me di cuenta que debo vivir corriendo cumpliendo mis deseos pendientes en mi "bucket list"... la meto porque a veces dos años pesan mas que una vida y hay cosas por las que no vale la pena luchar, aunque sea una de las cosas que mas ames... digo yo.