Me crié en el Cerro, en Labana. Un barrio que para muchos es malo, pero que para mi es mi barrio, donde está mi casa de toda la vida, mis escuelas, mis amigos de la infancia de mataparrear, los vecinos de siempre, el bodeguero y el lechero que siempre me resolvían la comida cuando la cosa se puso bien mala. A una cuadra de mi casa, está la Zanja con sus cuarterías y sus solares, y en no sé cuantos kilómetros a la redonda, mas solares. Así que ya suponen que era un barrio lleno de diversidad racial, entiéndase todas las gamas del negro y el blanco. Nunca tuve problemas con la raza y hasta tuve un novio mulato en mi cuadra -fuera del barrio tuve algunos novios mulatos mas-, o sea que recalco nunca tuve problemas con la raza. Incluso soy practicante de una religión afrocubana -lo digo de esta manera para que no se me asusten-, me apropié de una abuela negra ajena y hasta la autonombré mi abuela madrina, y cuando escucho los tambores me sube aquello de "siento un bombo, la rumba me está llamando". Conclusiones y repito, nunca tuve problemas con la raza.
Bueno, nunca tuve problemas hasta que llegué a este país, un rincón donde sí hay diversidad racial, pero que no se menciona a menos que hablemos de reforma migratoria, y en ese caso son los hispanos los únicos que cuentan en esa conversación, pero eso será tema de otro post.
Y es que una de las cosas que mas me molesta de este país es el tema de los negros, y antes de que piensen que bajaré una muela anti-racismo, aclaro que es todo lo contrario, y para que no saquen conclusiones aceleradas, repito que me crié en el Cerro donde había negros de todos colores, sabores y tamaños, que además eran mis amigos. Crecí escuchándolos decirse horrores entre ellos por la textura del pelo, por el color de la piel, por el grosor de la nariz y de la boca. Aprendí a clasificarlos tal y como ellos se clasificaban así mismos: mulato, mulato achinado, mulato blanconazo, negro de facciones finas, jabao, orterona -ni sé si se escribe así-, negro de pelo bueno, cocotimba, en fin, los llamaba de esta manera sin ofensas de la misma manera que llamábamos a todos los otros: blanco empercudió, blanco de pelo malo, blanco sucio, rubia, albino, trigueño, indio, moro... era mi paisaje diario y nunca reparé en ello, porque era tan normal como amanecer. Así que todo iba bien hasta que conocí a los "afroamericanos".
Lo primero que deben saber es que los afroamericanos no son negros, porque aquí la palabra negro es una ofensa y es de las pocas palabras en español que entienden los afroamericanos. Esa fue mi primera lección: nunca debes decir negro, a no ser que estés entre cubanos porque entre nosotros sí nos entendemos y no hay ofensas ni malas intenciones. Así que para evitar susceptibilidades, ni siquiera me vestía de negro por si acaso salía el tema en público y no tuviera a mano un equivalente a la palabra durante la conversación.
La segunda lección que aprendí fue a no hablarles, ni mirarlos, hagan lo que hagan, si ellos no se dirigen "directamente" a ti. Lo aprendí en el tren camino al College del Downtown, recién llegada a este país. Sentado estaba un negro inmenso, con unos drelos inmensos y una vestimenta indescifrable, a las 7 de la mañana en un tren lleno de somnolientos. El negro inmenso bostezó escandalosamente y escupió como si fuera una gracia y yo lo miré fijo. Me ladró "guatat fokin luque yu", o algo parecido, y yo me acordé que me crié en el Cerro y le contesté -en perfecto español-: "¿qué te pasa, tú? ¿cuál es tu problema?", o algo parecido. Pausa, silencio, todos me miraban como si fuera cadáver, y el negro se rió diciéndome: "yuar fokin fany breiv girl", o algo parecido . Por suerte la próxima parada era la mía y me bajé como una pedrada, con las rodillas temblorosas y sin entender mucho que coño estaba pasando. Un buen amigo que siempre me aconseja, me regañó cuando le hice el cuento y me dijo que bajo ninguna circunstancia me metiera con un afroamericano, que los evitara, porque algún día podía no parecerles graciosa ni valiente.
La tercera lección que aprendí fue aplicar sus mismos argumentos. Un día fui a renovar mi licencia de conducir y en la oficina me atendió una afroamericana con cara de pocos amigos, me pidió mas papeles que para la compra de una casa, los miró con desgana y me dijo que necesitaba mi residencia porque "la antorcha de inmigración" no servía, le expliqué "suavemente" que mi residencia estaba en proceso, que ahí lo explicaba todo en "la antorcha", y ella sin mirar el papel seguía con que no, no, no y no y que lo sentía que no me podía renovar la licencia. Insistí, insistí con todos los argumentos posibles, pero la mujer estaba renuente. Entonces me acordé que crecí en el Cerro y que los escándalos funcionan, así que no tan "suavemente" le grité que aquello era una injusticia racial, que ella lo hacía porque yo era hispana, que me estaba discriminando y que yo exigía que me trajeran a la supervisora para denunciar este horror. La supervisora salió con mis gritos, me pidió disculpas, me pasó a la oficina y me renovaron la licencia rapidito, rapidito porque una denuncia de racismo en este país pesa.
Cuando ya pensé que lo había aprendido todo de ellos y que podíamos convivir en paz, sucedió algo que fue para mi el colmo. Un día llegué a mi edificio y en mi parqueo había un carro estacionado. Yo tenía 5 meses de embarazo de Carola y molesta atravesé mi carro bloqueando al otro -ya dije que me crié en el Cerro y las embarazadas no suelen tener mucha paciencia-, y me puse a vigilar desde el balcón al atrevido que me robó mi parqueo. Resultó ser una pareja de afroamericanos -ella y él-, que por supuesto se molestaron porque mi carro les bloqueaba la salida. Bajé -con mi cuñada la gallega de guardaespaldas que estaba de vacaciones en mi casa- a enfrentarme al atrevido. Estaban histéricos y cuando me vieron -blanca, hispana, latina-, se pusieron mas intensos. Intenté explicarles que parquearon en mi espacio privado, que podian ver que estaba asignado con pinturita amarilla, que era mío, mío de mi propiedad y que ellos no tenían derecho. En el medio de la discusión el hombre me gritó que yo había hecho eso porque ellos eran negros. Para mi fue el colmo, porque por mas que miraba el carro, no veía una señal que dijera: "este carro le pertenece a un negro", ¿entonces?, era el colmo. Cuando me cansé de escuchar los gritos y los insultos, saqué mi barrigona de embarazada, puse cara de mujer-al-borde-de-un-ataque-de-nervios y dije que los gritos me ponían muy nerviosa y que llamaría a la policía porque yo tenía mucho miedo. Y fue mágico, el hombre se calló, me pidió disculpas, mandó a callar a la mujer -que seguía gritando-, movimos los carros y todo se solucionó. Y entonces pensé que era muy triste que tuviera que paralizar de terror con la policía a persona decentes, que no eran delincuentes, pero que solo actuaban impulsados por un complejo racial.
Y ahí ocurrió mi rebelión y decidí que no podía dejarme llevar por ellos, que nunca tuve la culpa de que sufrieran la esclavitud, el racismo, el apartheid, que no podía vivir frente a ellos con la culpa de ser blanca y aceptar que me maltrataran, que me marginaran, que me prohibieran mezclarme y convivir en paz con ellos, solo porque mi color de piel les recordaba que sus antecesores habían sufrido hasta la muerte. Me rebelé y dije basta, ni siquiera cargaba la pena de tener un bisabuelo cruel y colonizador, porque mis pobres bisabuelos fueron unos gallegos muertos de hambre que llegaron a Cuba huyendo de la pobreza y no tuvieron ni una caña sembrada en una maceta, mucho menos una dote de esclavos negros. Así que aquel fue mi último encontronazo con ellos porque desde entonces vivo con ellos en paz y tranquilidad aunque no les guste. Protesto cuando sale en las noticias que tal comisionado afroamericano de aquel lugar se robó todo el dinero, salía con un regimiento de putas y legionarios, y era un sucio corrupto descarado que cuando lo agarraron y lo metieron preso, salieron todas las organizaciones afroamericanas a protestar indignados y finalmente después de tanta sublevación, fue perdonado y reintegrado a su puesto. Protesto si dos días después sale otra noticia sobre aquel otro comisionado hispano que se llevó 5 dólares de la caja chica y fue deshonrosamente botado del cargo, tiene una investigación federal y le están pidiendo cadena perpetua, y nadie sale a protestar porque no es afroamericano. Protesto si la recepcionista de una agencia del gobierno, una afroamericana de pelo tieso y uñas largas doradas me tiene esperando mientras conversa animadamente con una prima, y me ignora descaradamente como si fuera la mujer transparente. Protesto si los miro y me miran con mala cara, si se molestan cuando los tratas de igual como hermanos, con respeto y dignidad, protesto y seguiré protestando porque no voy a contribuir que su complejo racial nos acorrale y les de el derecho a ser unos antisociales malcriados. Protesto si los maltratan injustamente, si los discriminan, si les hacen daño, pero protesto también cuando aceptan su color como una traba para superarse socialmente, para trabajar, para integrarse como todos trabajando y estudiando sin tener que depender de la ayuda gubernamental.
Y a pesar de los consejos de mis amigos, sigo diciendo la palabra negro porque no la uso para ofender a nadie, me meto de noche en el Northwest, doblo por equivocación en el Overtown, y no ignoro a los afroamericanos por temor a insultarlos por equivocación con mi desenfadada manera cubana de hablar con los negros.
Porque me crié en un barrio lleno de negros que te decían barbaridades de piropos cuando los tropezabas en la calle, que compartían el trago de alcolifan escondido en la latica de refresco y la chivichana, que bailaban contigo sin problemas, que estudiaban a mi lado en las aulas, te enamoraban sin importarles que fueras blanca, azul o verde, te hablaban mirándote a los ojos y no se sentían inferiores ni superiores por ser negros, porque no tenían complejos de andar por el mundo siendo negros, ni tampoco sufrían exageradamente porque hace muchos años fueron esclavizados, masacrados, y discriminados.
Por eso la primera vez que pisé Dominicana y me saludó un negro caribeño bien amable, y alguien comentó a mi lado: "definitivamente los negros caribeños son diferentes", pensé que tenía razón, que eramos diferentes y no porque los afroamericanos no tuvieran sangre y cultura caribeñas, sino porque nosotros andamos por el mundo sin arrastrar las cadenas que una vez sufrimos, ni siquiera nos dejamos ya encadenar por nada, ni por el color de nuestra piel y no nos da la gana que nos marginen y mucho menos, nos marginamos. Y aceptamos que somos diferentes porque cada uno es uno individualidad, no porque somos rosados, amarillos o naranjas. Y al que le guste bien, y al que no, también como decían los negrones de mi barrio... y como digo yo.
Me ha encantado. Joder, por qué el ser humano se hace la picha un lío. Por qué no nos basta con el "vive y deja vivir" o "a vivir que son dos días y allá va uno y medio". Sólo una cosa: nos detenemos en cada estupidez y filantropía que nos hemos olvidado que somos simples, pero tan sumamente simples y tan sumamente hermosos, todos, me refiero al arcoiris (blancos, negros, mulatos, jabaos, chinos, indios, gitanos.......) y así un larguísimo ectécera. En fin, realmente es muy triste, pero que muy muy triste. Soy atea, por eso no puedo decir que dios nos ayude porque no creo en el, pero sí creo en el ser humano y siempre creeré en él. Yova, me gustaria que pusieses, para reafirmar tu post, el poema que hice en el 98, del malecón; eso es gozar razas. Te amo. Tu herma. Yelo.
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