lunes, 6 de agosto de 2012

La penúltima travesura.


Era la segunda Heineken que me tomaba cuando te vi salir de la piscina. Mojado, con las goticas clorificadas resbalando por tu espalda, brillando sobre tu tatuaje. Por poco no vengo al cumpleaños de mi amiga, estuve así de cerca de no venir, pero ahora mirando tu cuerpo musculoso y mojado, con esos shorts enormes para la playa que permiten imaginar cualquier monstruo o bicho por allá abajo, respiré profundo y pensé que quizás valió la pena venir. Te volteaste, vi tus otros dos tatuajes y supe que irremediablemente tenía que probar con mi lengua la tinta de esos dibujos sobre tu piel. Salivaba. Involuntariamente me mordí el labio inferior mientras miraba fijo tu abdomen plano, perfectamente plano. Calculé tu edad: ¿18, 19? “¡Yemayá que sean 21 para no entrar en ilegalidades innecesarias!” Imploré. Tragué de un tirón el último sorbo de mi Heineken y saqué mi cámara. Me gusta atesorar imágenes que después puedan aplacar los recuerdos en mi vagina. Te fotografié de espaldas, mojado, con tu mohawk intacto por obra y gracia de algún gel para pelo. Le pregunté curiosa por ti a mi amiga cumpleañera. “Es un compañero de trabajo de mi nuevo amigo. (Pausa) Vino solo. ¿Quieres que te lo presente?” Definitivamente nosotras las mujeres tenemos ese sentido para olfatear la llamada del sexo. Mi amiga diligente, enseguida hizo una presentación muy casual: “ven para presentarte a mi amiga que quiere conocerte”. Y te trajo, mojadito y brindándome una cerveza. Yo te observaba imperturbable porque durante años aprendí a calcular a los hombres con una máscara china sin sentimientos, como me enseñó mi maestro de Negociaciones. Hablamos de tatuajes, de piercings cuando descubrí que tenías uno en la lengua. Hummmm pensé, hora de atacar porque el tiempo pasa y tengo que irme temprano a otro compromiso. “Nunca he estado con un hombre con un piercing en la lengua” Te dije mientras tragaba mi sorbo de Heineken saboreando la boca de la botella sin importarme las semejanzas ni las puras coincidencias. Ya había llegado al punto de ebullición donde no se necesitan advertencias sobre posibles contenidos adultos. Te reíste descaradamente y me encantaba que fueras cubano, así las insinuaciones no tenían que ser explicadas constantemente. “¿Qué edad tienes?” Me preguntaste. Te miré fijo a los ojos y te dije bajito: “la suficiente para ser tu madre, pero tranquilo que no lo soy”. Y volviste a reírte descaradamente. Yo miraba tus labios mojados por la cerveza, veía como tragabas, como saboreabas el sabor amargo de la levadura en tu lengua, como te corrían las goticas de agua por tu abdomen perfectamente plano y sentía que estaba abandonada sobre el cráter de un volcán activo en pleno sábado de Julio. Sudaba por todas partes, por las descubiertas y las escondidas, las más profundas. Sudaba imaginando tu cuerpo bajo mí, woman on top de puro vicio. “¡Ay Yemayá bendita que estos cuerpos debieran estar encerrados para que no vayan por ahí provocando a las madres solteras de salud frágil como la mía!” Y recordaba que la Tania mi madre, nunca tenía mas razón que cuando exclamaba: “juventud, divino tesoro”. Sudaba y te imaginaba desnudo dándome pinga, porque yo sabía de primera mano que los muchachos de 21 años les encantan dar pinga, dar pinga, dar pinga, como maltratadores. Y sudaba imaginándote con esa pinga joven, repleto de sangre, vaciándote el cerebro de oxígeno. Y sudaba.
Tenía que irme. Ya habíamos cantado el “happy birthday”, ya tenía varias cervezas en sangre y por delante un compromiso no cancelable. “¡Ay Yemayá tú haces cada cosa!” Suspiraba. Tenía que irme. Miré la hora. Tenía que irme hace una hora y media, y seguía pegada como con “creisi glú” a aquella silla plástica, mirando tus labios mojados hablar de cualquier trivialidad, tomando cerveza con la botella alzada, la cara alzada al cielo y la boca abierta. ¡Diooooo tu boca abierta! Como para besarte desordenadamente, sin control, morderte esos labios, masticarte esa boca, chuparte esa lengua, meterte la mía hasta la garganta y tomarme tu saliva como una perra sedienta en el desierto. Tenía que irme. Me levanté de aquella silla remaldiciendo los compromisos, los amigos que me esperaban, la noche perdida lejos de tu cuerpo mojado, de tu abdomen perfectamente plano, de tu boca abierta tragando cerveza. Pero tenia que irme. Fui corriendo hasta mi carro, busqué una tarjeta y regresé a besarte de despedida en la puerta. “Aquí tienes mi celular, llámame.” Te dije y te reíste descaradamente.
Había roto mi propio record en velocidad: salir de la fiesta, manejar apurada 10 millas hasta la casa, bañarme, maquillarme, entaconarme, montarme en el carro y manejar 20 millas más hasta la galería, todo en 45 minutos. Llegué con el pelo mojado de la ducha, aturdida y saludando a los amigos que esa noche había demasiados. Conversaba con todos, me reía, hacía fotos, tomaba mucha agua porque la Heineken ya estaba haciendo sus estragos y sólo pensaba en tu cuerpo desnudo y mojado, tus tres tatuajes y el piercing en tu lengua. Te tenía clavado en mi cabeza, haciendo gestos lascivos para que besara tu boca abierta, reventándome la lujuria en números infinitos. Y la intranquilidad de tenerte desnudo en mi cabeza, me tenía de un lado a otro de la galería. Un amigo, ex amante, me acosaba, quería un reencuentro a oscuras y encendidos, y yo me desprendía protocolarmente de sus ansias. Otro llegaba y me presentaba unas personas de las que no recuerdo ni su nombre, aunque conversamos por un buen rato. Aquel se metía conmigo lanzándome piropos y la mujer del pintor le hacía bromas a costa de su deseo por poseerme. Creábamos juegos de palabras con el chorizo en salsa cortado en rodajas o entero. Risas escandalosas. La sangría de frutas repletas de alcohol hacía lo suyo entre los visitantes. Una foto largamente esperada porque el fotógrafo improvisado no sabia donde meter el dedo y nos tuvo buen rato de pie, inmóviles, mirando al lente como idiotas. Unos amigos sin años de vernos. Recuerdos, preguntas, actualizaciones. Afuera una cantante entonaba canciones diversas, una tras otra. La gente camina de galería en galería,  y yo seguía con mi intranquilidad que me tenia sin poder concentrarme, porque tú seguías ahí, clavado en mi cabeza, desnudo, con tu abdomen perfectamente plano, tus tres tatuajes y tu piercing en la lengua.
Hora de cerrar. Mi ex amante insiste en ir a una sala de teatro cercana donde anunciaron una descarga de poesía, canciones y tertulia. Me dejo arrastrar en una aventura que no me apetece con tal de no pensar en tu boca abierta, mojada por la cerveza, tragando sorbos grandes y tus labios moviéndose bajo mis ojos hipnotizados. Teatro vacío, cerrado, todo terminó. Breve tertulia en el parqueo con unos queridísimos amigos que nos siguieron con la esperanza de continuar la noche con nosotros. Y yo no logro vestirte, ni siquiera secarte, y ya temo te me enfermes si sigues así clavado en mi cabeza con esta humedad que presagia un fresco sereno, como decía mi abuela. Mi lengua está seca de tanto que he lamido tus tatuajes, uno a uno, los tres a la vez, con tu piercing en mi boca, en mi clítoris, en mi boca, en mi clítoris. Mi lengua está seca y no logro sacarte de mi cabeza, maldito muchacho de 21 años con tres tatuajes y un piercing en la lengua.
Dejo a mi ex amante de regreso en su carro. Antes de bajarse hace un último intento por convencerme que la noche será más animada a su lado. Me besa con deseo y yo respondo a medias. Protesta: “¿Por qué eres tan mala conmigo, tan fría?” Lo tranquilizo prometiéndole futuros encuentros, muchos más pasionales. Se despide y arranco a toda velocidad. Expressway arriba y el aire de la noche me alivia la calentura. Un poco. De pronto te veo nuevamente debajo de mí, desnudo y mojado. Eric Clapton no coopera con su guitarra: “I say, my darling you were wonderful tonight…” Llamo a mi amiga cumpleañera: “¿Cómo terminó todo?” “No ha terminado.” Afirma. “Aquí estamos todavía en la piscina, tomando cervezas y bailando belly dance. (Pausa) Y está todavía el muchachito que te gustó.” No lo pienso. “¡Pues para allá voy!” Le digo. Otra vez rompo record de velocidad y entro al parqueo de su casa chillando gomas. Aquello era un cuadro del viejo Chagall. Todos en ropa de playa, mojados, semiborrachos, una muchacha vestida de bailarina de belly dance bailando, tú mareado sobre un enorme salvavidas en el centro de la piscina, yo en tacones que retaban la gravedad, maquillada y ansiosa. “¡Ay Yemayá!” Cerveza va y viene. Conversaciones banales. Logras recuperarte. Ya es tarde y empiezan las despedidas. Disimulo, me hago la atrasada y te atrapo. “¡Sígueme!” Ordeno montándome en mi carro. Calles oscuras, vueltas sin control, un parqueo vacío. Tú en mi carro, mojado, medio desnudo, asiento posterior y finalmente, sé lo que es tener tu piercing en la lengua dándole sin parar a mi clítoris. Sin parar hasta hacerme daño porque definitivamente un experimentado de 40 años sabría usarlo con más arte, pero igual no conozco a uno de 40 con piercing en la lengua. Así que recuerdo a mi madre que dice que a un gustazo, un trancazo. Y ahí te tengo, gustazo de 21 años, con tres tatuajes y un piercing en la lengua. Ahí te tengo, finalmente bajo mí, woman on top de puro vicio. Recostado sobre el asiento posterior de mi carro, con mi clítoris dañado, con tu pinga clavada en mi vagina a punto de afectarme el cuello uterino, tu lengua descontrolada en mi boca y mi cintura logrando romper la incomodidad del espacio diminuto con mas movimientos que los permitidos por la edad. ¡Aquí te tengo! ¿Y quien dijo que 21 años son nada? Quien lo dijo no te tuvo desnudo y mojado, con tu abdomen perfectamente plano, tus tres tatuajes y tu piercing en la lengua, a la 1 de la mañana, una noche de un sábado demasiado ocupado, reventándose en un orgasmo sobre ti. ¡Ay Yemayá bendita! Y duermo finalmente esa noche, sin tenerte clavado en mi cabeza, con una rodilla raspada por ser woman on top de puro vicio, con cremita en mi clítoris y con una sonrisa que no se me borra ni en sueños.

Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)

2 comentarios:

  1. Eres increible!Y lo mejor es que es verdad!
    Que eres autentica,que no te las inventas!
    Recontrareconfirmo que el espiritu de Anais Nin ha reencarnado en este nuevo avatar llamado Yovana...con nuevas divinidades y talentos,pero siempre ayudando a los amigos y viviendo intensamente.

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  2. Gracias Narah por tu comentario!! jajajajajajaja pero recuerda que en mis vidas anteriores debí ser hombres mujeriegos, me lo sospecho!!!... Gracias y que todas las bendiciones de Madre Agua te bañen, te lo mereces!!!

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