sábado, 23 de octubre de 2010

Las mil Cuba de Miami

A veces es muy difícil convivir con tantos cubanos en esta gran torre de Babel que es Miami. Y es que los cubanos de cualquier generación en Miami - y entiéndase por generación en el exilio, según la fecha de emigración-, aunque nos parecemos demasiado, estamos claramente divididos en nostalgias y maneras de ver la vida.

Cuando llegué a Miami enseguida comprendí que había varias Cuba y que cada cual era según la generación que la recordara.
La primera Cuba que me chocó fue la de "los viejitos del Versailles", aunque era la Cuba de mi abuela y de mis padres en su infancia, no era la Cuba que ellos me habían contado. Entonces me sentí muy lejos de esa Cuba que por mas que quisiera no tenía nada que ver conmigo. Además, "los viejitos del Versailles" son muy obstinados, basta que les diga que naciste en Cuba y que llegaste hace poco, y enseguida empiezan a mirarte como si tuvieras culpa de la hecatombe cubana. Un día en una guagua camino al College por la Calle 8, no pude mas con uno de esos viejitos y le contesté: "es cierto señor, pero si no fuera por ustedes Cuba no fuera lo que es hoy, discúlpeme, pero yo no aplaudí la llegada de Fidel a Labana, cuando nací ya todo estaba así. ¿Que usted quería que yo hiciera si ustedes los que lo pusieron, se fueron y nos dejaron solos?". Creo que no le gustó mucho mi comentario porque me dijo con los dientes apretados que todos los balseros éramos unos comunistas que sólo veníamos a Miami a matar el hambre y hacer dinero. No sé si tenia razón en lo de matar el hambre y hacer dinero, pero sí sé que ese día sentí una tristeza infinita, salía de un país donde las discusiones políticas dividían familias y llegaba a una ciudad donde las discusiones políticas dividían generaciones. Y me acordé de mi padre, los extremos siempre son malos.
Al día siguiente un buen amigo amigo fotógrafo me aconsejó que dejara en paz a los viejitos del Versailles que andaban armados, y cualquier día me meterían un tiro en plena Calle 8. Y dejé en paz a los viejitos del Versailles, no porque tuviera miedo de recibir el tiro si es que era cierto que andaban armados, sino porque con el tiempo comprendí su dolor. De cierta manera mi gorrión, era muy parecido a su gorrión. Los dejé en paz y aprendí a convivir con la Cuba de cada cual.
Estaba en paz con mis Cubas conciliadas hasta ahora que Carola llegó pidiéndome que le cuente de Cuba porque su teacher celebrará el mes de la Hispanidad con Cuba.
Respiro profundo y empiezo a contarle que Cuba es el mono Pancho del Zoológico de 26, el yogur de sabores y la gaceñiga de cuadritos de fruta del Almendares, los perros calientes del Parque Lenin, caminar por la Rampa y sentarse en el Malecón, abanicarse con cualquier cartón porque el calor está de madre, mataperrear por el barrio con los chiquillos sin camisa, en chivichana o "patines de rueditas", la escuela primaria con el uniforme rojo y blanco, las matas de marpacífico de mi abuela, los helechos sembrados en una palangana en un balcón cualquiera, los portales húmedos, la beca, los conciertos y los festivales de todo tipo, los amigos de la Plaza de Armas, el picadillo de soya, los masarreales de la merienda que se pegaban al cielo de la boca, Coppelia que arriba era mejor y hacían unos batidos helados que pa' que, y los pollos fritos del Pio Pio, y vamos pal Yara que estrenan una pelicula americana, y el pitusa con los popis del sábado por la noche, y el cigarro Popular escondido, y la botellita de menta que luchamos, y los juguetes que no te toquen el sexto día porque entonces ya no queda nada...
Y Carola que siempre se acuerda de todo va y le cuenta a su teacher que es hija de cubanos, -de algún viejito del Versailles- y regresa por la tarde diciéndome que no, que Cuba no es eso. Que Cuba es Olga Guillot -pero ni se oía allá-, Celia Cruz y Willy Chirinio, y los mojitos con Bacardí limón, -que no Carola que el mojito no se hace así-, y una guayabera almidonada los domingos -las guayaberas eran para cheos, Carola-, y el dominó en un patio colonial -el dominó se juega donde quiera Carola, en un solar, en una esquina, en la casa de la playa-, y Varadero es la única playa, -no Carola, también existe Santa María y el Megano donde acampaba con los socios-, Cuba es el baseball -se llama pelota, Carola, pelota-, y los bailes de Casino con orquestas trajeadas, y los buenos barrios del Vedado, Nautico, Miramar, -Carola ya no existen buenos barrios, el Diablo Castro jodió todo-, y un arroz moro, plátanos maduros fritos y vaca frita -¿carne? en Cuba la carne es más sagrada que las vacas de la India, Carola en Cuba se come lo que se resuelva-, y el Floridita y la Bodeguita -son para extranjeros-, y los chevrolet del 56 -y los lada, los moscovich, los polaquitos-, y la Coca Cola con una señorita de chocolate en un bakery -Carola en Cuba no hay bakery y la Coca Cola se llama refresco negro-, y la palma, el bohío en el Valle y un tabaco pinareño -Carola yo no extraño la palma y mucho menos el bohío, tampoco el Tocororo porque nunca he visto un Tocororo en mi vida-, y Carola se me enreda con las Cubas.
Y yo que pensaba que ya estaba en paz con los viejitos del Versailles, que ya tenía las Cubas conciliadas me doy cuenta que no, que siempre Cuba será esa, el gorrión de cada cual irremediablemente posado en el cable del poste. Y le digo a Carola: tranquila Carola, Cuba somos tu papá y yo, tus abuelitos, tu familia en España, y cada cubano donde quiera que esté y la ame por encima de todas las cosas, tranquila, sólo cuéntale a la teacher quienes somos nosotros y ella te entenderá. Y Carola se duerme suspirando, tratando de conciliar sus Cubas y soñando con una Cuba que no sé si algún dia conocerá.
Y es que a veces en Miami es muy dificil convivir con tantos cubanos diferentes... digo yo.

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