jueves, 12 de abril de 2007

Conversando sobre Raúl Rivero

Después de releer el artículo de Raúl Rivero me quedé pensando en él, porque Raúl Rivero invariablemente me recuerda mi adolescencia de estudiante becada en el campo. A Raúl Rivero lo conocí a través de las lecturas de poemas que hacíamos en el Taller Literario creado por Víctor Goméz en Guira de Melena, todos éramos alumnos de las becas cercanas y nos reuníamos dos veces por semana en "algo" llamado la Brigada Cultural, una suerte de construcciones prefabricadas de techos de zinc que albergaba a los instructores de arte. Víctor Gomez era un mulato gordo que apenas cabía en su oficina repleta de manuscritos, libros, revistas y una máquina de escribir que todos nos disputábamos. En su voz conocí a Raúl Rivero el poeta y aquel clamar por Angela "... amor, hija de la gran puta, vuelve a darme tu fiebre" me suena de vez en cuando entre los recuerdos de uniforme azul, literas, baños inundados y apestosos, chícharos aguados, spam frito y zapatos negros sudados. entonces era más ilusa y romántica. Víctor Gomez nos leía a Raúl Rivero una y otra vez, y Raúl Rivero era el poeta que me abrió la puerta a la poesía cubana de su generación, una poesía entonces censurada y que yo no sabía por qué, o más bien nadie se animaba a explicarme por qué estaba censurada si sólo (decía yo) hablaba de todo lo que conocía, la realidad que me rodeaba. Un día emocionados asistimos a un recital de poesía y trova en la Casa de las Américas donde nosotros, los del uniformito azul fuimos escogidos junto a los grandes a leer nuestros poemas, (esos actos políticos-culturales que inventaba algún funcionario gris que necesitaba desesperadamente justificar sus privilegios con acciones grandilocuentes). Y a mitad de la "actividad" el milagro ocurrió, Raúl Rivero el ídolo adorado se apareció con su inmensidad, una gorrita y varios papeles, sencillamente a escuchar. Mis manos temblaban, las líneas se confundían pero logré terminar de leer mi poema y esperé, esperé horas en vano algún gesto, alguna señal que me indicara que a Raúl Rivero le gustó nuestros poemas. Los más osados se acercaron a saludarlo, yo me conformé con mirarlo insistentemente de lejos entre los grupos que conversaban y luchaban un traguito, y el sólo hecho de recordar que estuvo entre el público, silencioso y escuchando aquel reclamo de adolescente de ser una poeta famosa, me ponía a soñar miles de conversaciones que hubiera tenido con el poeta. Pasaron los años y le perdí el rastro a Raúl Rivero aunque de vez en cuando alguien comentaba del alcoholismo, de su lealtad al régimen y de sus méritos, todas conversaciones de esquina sin importancia. De pronto en los años 90 empecé a escuchar rumores, hablaban de él a escondidas, por señas o jeroglíficos sólo entendibles para los paranoicos de vigilancia, y mucho después en el exilio conocí de su labor periodística independiente, de su disidencia y de su marginación como escritor. Sufrí con su encarcelamiento, con la angustia de Blanca Reyes y luego celebré su salida de prisión y del país. Ahora Raúl Rivero vuelve a ocupar un sitial en mi altar de ídolos de papel y tinta, y persigo sus artículos, guardo sus poemas de la cárcel para que algún día sean autografiados y me gusta creer que cuando sea grande, quizás sea un poco parecida a él, por lo menos al Raúl Rivero de los últimos años... digo yo.

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