lunes, 9 de febrero de 2015

Espiral de Vida (Dedicado al buen maestro Fonseca)

Maricela me contó llorando, las últimas horas de vida de su esposo, el buen maestro Fonseca. Cuenta Maricela que en la última hora de vida de su esposo, ella apoyó la cabeza sobre su pecho escuchando su corazón. Durante 40 minutos estuvo quieta sobre el corazón del poeta, escuchándolo latir hasta que paró. Y me repitió varias veces ahogada en llanto: “ese corazón de la vida mía… ese corazón de la vida mía”, señalando una foto del buen maestro Fonseca que ilumina la sala de su casa.
Quienes los conocíamos, sabíamos cómo el buen maestro Fonseca cuidaba a Maricela, como si ella fuera de cristal y al menor movimiento brusco se deshiciera en vidriecitos multicolores. “Me sobreprotegía demasiado”, comentaba Maricela, y era cierto. Maricela lloraba sin consuelo y de pronto se secaba sus lágrimas, y exclamaba: “pero tengo que ser fuerte, tengo que ser fuerte porque él lo quería así”.
De camino a casita comenté con Jorge sobre el tema, hablé de Maricela y Fonseca, y salté a mis padres, a mi padre quien cumplirá este febrero otro año de muerto y medité en la noche un poco sobre las parejas, donde generalmente el más “fuerte” se va primero y deja al otro con un largo camino aún por transitar en esta vida con ese vacío junto a él que algunos nunca superan, o se demoran en superar.
Meditaba que el buen maestro Fonseca, al igual que mi padre, decidieron irse porque sabían que no eran los únicos “más fuertes”, ni siquiera intentaron serlo, y como regalo de Vida ofrecieron su último acto de amor. Simplemente en su infinito acto de amor  evitaron que al enfrentar “una larga y penosa enfermedad” donde el organismo se deteriora demasiado y el espíritu cabecea entre la duda y la debilidad, sus parejas se deshicieran en vidriecitos multicolores arrastrándolos a ellos como en un alud irremediable montaña abajo. Ellos sabían que todos somos de cristal y necesitamos protegernos. A veces Jorge me lo repite cuando protesto por su sobreprotección: “claro que eres de cristal y tengo que cuidarte”, yo le sigo protestando, pero anoche lo entendí.
Y eso fue lo que el buen maestro Fonseca le ofreció a Maricela, lo que mi padre le ofreció a mi madre, lo que mi socio Alfredito le ofreció a Yuset, y lo que muchos más ofrecen diariamente cuando deciden morir “así de pronto”, sin avisarnos, sin prepararnos. Nos ofrecen su último acto de amor: cuidarnos hasta el infinito para que no nos deshagamos en vidriecitos multicolores porque todos somos de cristal. Y en ese acto de Vida/Muerte/Vida nos confirman que somos una espiral de vida siempre donde algunos simplemente se van porque tenemos que seguir viviendo otros, sin muletas, porque todos somos fuertes aunque seamos de cristal y la Vida debe continuar.
Y ellos lo entendieron con esa lucidez cegadora que da la Muerte cuando silenciosamente se sienta a tu lado, y te acaricia como una amante amorosa, y puede estar ahí semanas, años, días, sentadita en silencio mirando por nuestra ventana a nuestro lado, aunque quienes nos rodean no la vean, ni siquiera la respiren. Pero ellos lo entendieron con esa lucidez que da la Muerte. Es mejor morir “así de pronto”, los que se creen más fuertes porque todos somos de cristal y cualquier movimiento brusco puede deshacernos en vidriecitos multicolores, y destruir todo ese mundo bello que hemos creado alrededor nuestro. Lo entendieron, es necesario morir para que tú puedas seguir viviendo y el dolor, la pena, la miseria de mi cuerpo, los momentos de debilidad, duda, temor que tenga por la enfermedad, no te deshagan en vidriecitos multicolores y arrastre todo lo que amamos como en un alud irremediable montaña abajo.
Gracias buen maestro Fonseca por esa lección de vida y amor. ¡Gracias!
Y no te preocupes, algún día Maricela también entenderá que tu último acto de amor y poesía fue dejarle la vida porque somos una espiral de vida, siempre. Yo sé que lo entenderá porque después de repetir llorando: “ese corazón de la vida mía… ese corazón de la vida mía”, de pronto se secaba sus lágrimas, y exclamaba: “pero tengo que ser fuerte, tengo que ser fuerte porque él lo quería así”. Ella ya lo está entendiendo como yo lo entendí.
¡Gracias!
Luz y progreso para tu espíritu y aquí te recuerdo tus versos para que los declames en ese sitio de luz donde la Muerte te llevó, cuando silenciosamente se sentó a tu lado, y te acarició como una amante amorosa, aunque nosotros ni siquiera la vimos, ni la respiramos.
“Me costaría noches emprender un viaje:
cicatrices del cielo, mi perro asolado
las ventanas y el único paisaje huyendo
siempre adentro, cloaca y asombros.
Mi cuerpo comienza a separarse
por las hendiduras se advierten síndromes.
Al otro lado es el fuego, la noche, los augurios.
Puede que suenen campanas, recogimiento
Y todo haya concluido: cinematógrafo
descubrimiento, la tarde perdiéndose”.
("Cicatrices del cielo", Alejandro Fonseca, 2010)


jueves, 5 de febrero de 2015

La arqueología de Yovana Martínez

Por: Angel Velázquez Callejas
(Publicado en Neo Club Press. Enero 13, 2014)
Exorcismo final (Bokeh Leiden, 2014), de Yovana Martínez, no es un libro que deba considerarse pornográfico. Su retórica puede que esté jugando con ciertas imágenes al límite, incitando al morbo, cuestión esta que provoca realce a favor y en contra. Pero este es un libro erótico que se esfuerza por transgredir el lenguaje sexual. Mi modesta observación es que la autora ha intentado explayarse sobre un tema tabú, con el cual sobrepasa la frontera de lo estrictamente erótico para ironizar el lenguaje. En cuanto al tema y al simbolismo, esas imágenes fluyen como ardides para mantener activo el idioma que se expondrá más adelante.
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Lo he leído hasta el final y declaro: si realmente existe una fenomenología sobre el sexo en la que la autora se ha apoyado para exponer, es porque su ritmo en el tiempo también acarrea la destrucción. Con el sexo nacemos, del sexo morimos. No sé por qué, pero las mujeres son las primeras en darse cuenta de esta inefable implosión. Y este libro sella con ejemplar alcance un determinado lenguaje íntimo, correspondiente a la biografía como género literario. Yovana subraya mediante la narrativa erótica cómo se puede llegar a ser, por medio de lo más odiado, lo más censurado y moralmente más debatido por siglos, un ser para la resurrección. La autora enaltece la experiencia sexual como un medio para la transformación humana.
Los “tantristas” plantean que la puerta real al universo se encuentra a través del sexo. Que no existe mejor experiencia que la sexual para alcanzar vislumbres acerca de la plenitud del amor. Solo que ellos han hablado del amor en abstracto, sin ninguna manifestación fenomenológica. Allí donde el sexo alcanza el pico más alto, por unos instantes se experimenta cómo la mente se detiene, cómo los pensamientos cesan y el idealismo muere, y entonces se abre una puerta; es cuando por sorpresa se entra en el laberinto del misterio de la vida: el espíritu comienza a exorcizar y a preguntar (sin hallar respuestas adecuadas) en qué consiste la existencia y, por añadidura, la procreación. Hay quienes viven la experiencia y la callan. Hay quienes se tornan espíritu para contarla. El caso de Yovana es sui generis: acude a la historia, a sus tropiezos y al deseo de experimentar. Tal y como lo veo, es a través del morbo del sexo que su vida se convierte en una búsqueda y una transformación. Y esa biografía radical se tiene que manifestar en algo estético: el nacimiento de su hija.
¿Por qué Yovana Martínez escribe cuentos eróticos, en qué consiste ese impulso por lo narrativo? La manera en que formulo esta pregunta puede que nos dé la clave de su poética. Ha titulado este libroExorcismo final, una especie de auto-arqueología que descubre, bajo los escombros del pasado, el sentido del amor en casi todas sus posibilidades, y finalmente la procreación. Y no es que el amor se traduzca como simple práctica sexual, sino como un objetivo trascendental. Lo que despierta su aliento ante la vida es la creación, y ella pasa por el placer.