jueves, 16 de mayo de 2013

Inventario final de despedida


Nací en 1970. El año de las 10 millones de toneladas de azúcar de que van, van, y nunca fueron. Quizás ese fracaso marcó mi vida para siempre. Lo cierto es que de cualquier manera siempre he estado a mitad de todo. Y en el medio, no hay la suficiente acumulación de drogas y alcohol como para olvidarlo. No fui lo bastante adolescente para adorar a los Beatles y los Rolling Stones, pero tampoco para llorar por Freddie Mercury y Kurt Curbain en una esquina de Labana, a la vista de todos. Siempre estoy buscando desesperadamente algo que me haga feliz, lo mismo da crear mis propios collares, que anhelar tener sexo desenfrenado con el Dalai Lama contra la pared de su templo, sin sonrojarme. -Y entiéndase si me leyeron que no es precisamente por falta de sexo- Pero ya aprendí que todos siempre estamos en eso, buscando algo que nos haga completamente feliz. Y aunque sé que hay libros de autoayuda que traen la solución a todo, todavía me resisto a leerlos. Sigo pensando ingenuamente que yo misma la encontraré.
Todavía lloro con las películas de Disney y no le perdono al viejo que matara impunemente a la madre de Bambi, ni tampoco que humillara al pobre Dumbo. Pero siempre he sospechado que Walt era homofóbico y racista, sino nunca hubiera creado un ratón tan ridículo. Y ojalá que Carola no lea esto porque Mickey es lo máximo. Aunque si lo lee, igual algún día tendrá que aceptar que aunque vivamos en la “Yuma”, su madre es  el producto de  la Revolución de un loco, que de cierta manera la forjó como una cínica deforme.
Aprendí a bailar casino con los Van Van, a suspirar con las canciones de Silvio mientras la mano sudada del novio de turno me manoseaba el culo en la escalinata universitaria. A escondidas, me especialicé en fumar y masturbarme en el baño asqueroso de una beca en Güira de Melena. Perdí la virginidad una noche cualquiera con un tipo que no me gustaba mucho, pero era necesario para demostrar que podía ser una muchacha fácil, a la altura de todas mis amigas. Las mismas amigas de las cuales no recuerdo el nombre pero que igual busco incesantemente en el cibersolar. Quizás necesite un poco de aquella aceptación, ahora que la crisis de los 40 me ronda. Intento no parecer análoga en un mundo digital, pero mi hija siempre resalta mi ignorancia y se burla de mi acento latino, -una palabra políticamente correcta que aprendí a usar en el exilio,- donde todos presumimos de querer una Cuba Libre pero no pasamos de los noticieros y de las mínimas donaciones financieras mensuales,  -quienes las hacen-. Ya sé que estos comentarios pueden condenarme al destierro del Versailles, pero igual me he especializado en irreverencia verbal y estoy convencida que como nadie me paga la renta, no tengo porque rendir pleitesías públicas.
Al igual que cualquier cubano, por momentos me creo ser el ombligo del mundo, un mundo lleno de otros latinos ahogados en su propia nostalgia como nosotros. No sé quién soy, que quiero, ni adónde voy, pero igual todas las mañanas estiro mi brazo para golpearme la espalda y darme ánimo frente al espejo del baño porque no tengo los ovarios necesarios para derrumbarme en un país ajeno, lejos de mi familia, para luego, despingada en el abismo, escuchar la voz de mi padre difunto decir: te lo dije…porque realmente nunca me lo dijo y hubiera preferido que me gritara que fue una tontería exiliarme sola en Miami, en vez de escuchar su  pesado silencio al otro lado de la línea cada vez que respondía al teléfono y lo agarraba desprevenido pensando en mí. 
Colecciono frases de famosos y series norteamericanas de televisión, porque siempre he creído que los demás son lo suficientemente insolentes como para avergonzarme, pero igual me encanta parafrasear a Marc Twain y decir que prefiero el infierno por la compañía que el cielo por el clima, aun cuando no pienso siquiera en la muerte después de la vida. Pero en el mundo de escenarios que me moví, prefería ser una desvergonzada original que una patética clonada de cualquier personaje inventado a lo cierta escritora lánguida cubana. No sé si me explico, porque como dice un buen amigo mío, cuando me da por la literatura me enredo, y prefiero odiar los poemas que escribo compulsivamente escondida en mis madrugadas solitarias, que enseñarlos y presumir de ellos, a pesar de los premios ya olvidados que alguna vez recopilé, y dejé en Labana en cualquiera de las cajas que yacen en mi antiguo cuarto.   
Me encantan los hombres complicados, y también jugar con la idea del objeto oscuro del placer, una frase que repito constantemente. Igual puede ser que el tilín de racismo comunista que se me pegó de mi familia igualitaria y humilde, no me permite darle el atisbo de orgullo sexual que tanto enarbolan, y todavía seguimos jodiendo con aquello de memorias del subdesarrollo para sentirnos seres superiores en un mundo que pregonamos igual, pero  que realmente no tiene la funcionalidad equitativa de justo y tolerante. -Ya sé que este comentario también me traerá problemas, pero insisto en aquello de la irreverencia verbal-.
Sigo sin entenderme, pero ya rebasamos la idea inicial en este escrito de que la crisis de los 40 me duele en las coyunturas y vigilo cada arruga naciente, para atormentar mis carnes con la representación de que algún día seré polvo del polvo, o la dieta preferida de cualquier gusano cachondo y rechoncho. Definitivamente, esto de envejecer no me asienta aunque lo mezcle con vino. 
Igual empezamos otra vez: nací en 1970. El año de las 10 millones de toneladas de azúcar de que van, van, y nunca fueron. Y quizás ese fracaso marcó mi vida para siempre. Soy una hija de la Revolución Cubana  -que conste lugar ni tiempo que escogí para nacer pero fue lo que me tocó por la libreta-, y el estigma de esa verdad me perseguirá por los siglos de los siglos, aunque cada día perfeccione mi odio hacia Fidel Castro. Pero irremediablemente lloro con "Oh melancolía" cuando la escucho, devoro cualquier cosa y termina dañándome la salud, porque el estómago lo perdí en la beca,  y los Van Van me mueven el culo aunque esté amarrada con una camisa de fuerza. Y una de las mejores libertades que  disfruto es precisamente esa, la de ser como me da la gana.
Y ahora que la crisis de los 40 me levanta de madrugada sudando a chorros, y me pongo a hacer inventario de mi vida, me doy cuenta que al final soy solo un ajiaco de miles de sucesos encadenados en mi destino, que no encajo ni en Labana que sólo llevo en mis recuerdos, ni en la “Yuma” que me acogió con los brazos abiertos, ni en ningún otro sitio donde no esté durmiendo mi hija tranquila y feliz a mi lado, donde reposen mis libros, mis CD y mis fotos, y donde pueda de vez en cuando reírme con un amigo de las incongruencias del día y hasta ofrecer mi corazón, como decía el poeta, al amante de turno. Me doy cuenta que en definitiva la única mierda que me llevaré es esa, la de vivir como me da la gana, impolíticamente incorrecta, liberal, malhablada y ¿por qué no?, pionera.  Porque si no ¿para qué coño me quemé el culo cruzando el desierto de Sonora- Arizona buscando la libertad, y caminado por la vida tantas millas durante años en este aprendizaje perpetuo? Así que hoy, lo demás, que se vaya al carajo. ¡Amen!

4 comentarios:

  1. AMEN MI SANTA! TE ADMIRO Y TE AMO,sera que todo lo haces con el corazon.Yo me ofrezco para ser alguien cercano a ese corazon tuyo... con el mio.

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    1. Mi Narah querida, tú eres todo corazón, no necesitas estas cerca de algun otro corazón!! Besotes y gracias por seguir leyéndome!!! TQM

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  2. ...y que me dejas llorando que ni una Magdalena por mis lugares comunes y lo mucho que me falta en esta vida para entender la isla de la que yo también salí echando... Eres grande Yovana Martínez. FELIZ CUMPLE HERMANA!

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    1. Gracias Tenchy querida!!! No puedo decirte más, sólo gracias!!

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