lunes, 24 de septiembre de 2007

Mi padre y yo, o El cuento de la garza y la cigueña

Dedicado a mi amiga Deyánira que me exigió escribir porque extraña mis conversaciones de esquina...
Mi padre se murió sin conocer a su única nieta y Miami. No es que mi padre estuviera muy interesado en conocer Miami, pero es que su única nieta nació y vive en esta ciudad. Y siempre tuve la esperanza que quizás mi padre conocería Miami cuando viniera a conocer a su única nieta, pero mi padre se murió sin mostrar nunca el más mínimo interés en venir a Miami porque mi padre era comunista, y aunque nos amaba con locura y estaba loco por conocer a su única nieta, Miami era para él la cueva de los contrarevolucionarios, así que mi padre se murió con la esperanza de que algún día yo regresaría a la Habana con mi hija de la mano, para que él pudiera conocer a su única nieta. Pero yo tampoco mostré nunca mucho interés en regresar a un país que no me aceptaba, ni tampoco me deja entrar llamándome traidora, sólo porque un día me fui al no resisitir más aquel régimen de ahogo. Así que mi padre se murió un buen día intentando construir el socialismo o el comunismo, ya ni sé bien que cosa es lo que pretende el gobierno tiránico de Fidel Castro construir en Cuba, y yo me quedé desolada cargando la culpa de que él nunca conoció a su única nieta. Y cada vez que lo pienso, recuerdo aquella fábula de la garza y la cigueña donde ninguna de las dos cedía para ir a ver a la otra con quién estaba peleada.
Ahora mi madre está sola en Cuba cuidando de mi abuela enferma, y a veces pienso si debo seguir en la posición de la cigueña, sin querer regresar a un país donde su régimen dice que yo no le pertenezco -a pesar de que es mi país natal- y donde ocurren diariamente tantos atropellos a los derechos humanos. Quizás debía ceder y regresar con mi hija de la mano para que conozca a su abuela y bisabuela, y también a toda la multitud de tíos, primos y parientes que dejé en la Habana; para que conozca también donde está enterrado su abuelo al que no pudo conocer personalmente -de paso yo también sé donde está enterrado mi padre-; y además para que sepa que Cuba no es la Atlántida, aquel país de leyendas tan lejano como el Paraíso, sino una isla real, repleta de cubanos como sus padres y de donde vienen todas esas canciones que les cantamos y bailamos, todos esos sabores que diariamente intentamos reproducir en cada comida, todas aquellas palabras que repetimos sólo para que no nos entierre el olvido, en fin para que sepa que no vinimos de la nada, sino que tenemos raíces bien fuertes en algún lugar de este mundo, diferente a esta mezcla de nostalgias, recuerdos y controversias que es Miami, su ciudad natal. Pero no sé si deba regresar a Cuba y me debato diaramente en la indecisión porque sucede que mi madre tampoco está muy interesada en conocer Miami, ni siquiera aceptó la idea de sacar el pasaporte para que yo le pidiera una cita en la Oficina de Intereses en la Habana y solicitara una visita a los Estados Unidos. Mi madre también es comunista, aunque es más pragmática que mi padre y entiende mejor la posición de aquellos que están opuestos al régimen de Castro. Será que es mujer, y las mujeres cubanas -dentro de la Isla- llevan sobre sí la carga diaria de no dejar naufragar la barca de Noé en que se han convertido los hogares cubanos. Mi madre siempre me escuchó mis reproches, mis quejas y mis desvelados descontentos contra la Revolución, trató de convencerme de que me quedara en Cuba y una vez que salí, intentó por todos los medios y argumentos que me quedara en cualquier parte de este mundo, menos ir a recalar a Miami, porque mi madre también piensa que Miami es la cueva de los contrarevolucionarios, aunque nunca, a diferencia de mi padre, me lo dijo abiertamente.
A veces me enfurezco -realmente debía usar otra palabra mucho más fuerte- y le echo la culpa a la Revolución Cubana de mis contradicciones, es una manera de purgar todo esta lejanía que sufro desde que salí de la Habana y que trato de disimular adaptándome y construyendo una nueva vida, una nueva familia y un nuevo hogar, sin darme oportunidad ni tiempo a llorar nostalgias. Entonces le hablo a la Revolución Cubana como si fuera esa puta sucia que nos traicionó y además, nos contagió de una enfermedad vénerea incurable, porque realmente nos traicionó. Y no solamente a mí que fui criada para formar parte de su vanguardia y hoy camino llena de contradicciones entre varias generaciones de cubanos en el exilio tratando de encontrar un lugar propio y luchando contra los prejuicios e intolerancias de una generación que abandonó Cuba en los años 60, y nos ve a nosotros, los nacidos dentro de la Revolución, como bichos rojos enfermos de socialismo. Sino que la Revolución Cubana, esa puta sucia, también traicionó a mi padre que le entregó su vida y al cuál obligó a renunciar a su hija, aunque él nunca se doblegó a esas peticiones y murió enfrentando a todos aquellos que osaron criticarlo; también traicionó a mi madre que desde los 9 años le sirvió como una adolescente enamorada entregándole años, alma y corazón, y además, traicionó a mi abuela que luchó en la clandestinidad del Movimiento 26 de Julio y hasta hoy, a sus 90 años, cree fervientemente que Fidel Castro es Cristo reencarnado en la Tierra aunque tenga que comprar los productos diarios para vivir con los dólares y los euros que les envían sus nietas para que siga sobreviviendo dentro de la Revolución que idolatra.
Disculpen, me desvié un poco de mi idea inicial y es contarles si finalmente rompo con mis contradicciones y decido, si debo seguir atrincherada como la cigueña de la fábula, sin ceder en mi negativa de regresar a Cuba, mi isla añorada, y seguir esperando a que un día mi madre se decida, entregue el carnet del Partido Comunista, saque su pasaporte y venga a conocer a su nieta, y de paso para que conozca esta ciudad, la cueva de los contrarrevolucionarios, y se dé cuenta que no es tan mala como la pintan, que es sólo una ciudad llena de cubanos que diariamente luchan por vivir dignamente en libertad y sacar adelante a su familia, tal y como hubiéramos querido haberlo hecho allá, en Cubita la Bella y que aquel tirano, no nos dejó. O simplemente debo ceder, y regresar de visita a mi querida Isla con mi hija de la mano. No sé, mientras tanto sigo rezando para que aquél dictador acabe de joderse y morirse, y quizás los de allá y los de aquí, muerto el perro se nos acaba la rabia, y empecemos a sanar heridas y repartir perdones -y de paso perdonarnos nosotros mismos nuestras contradicciones- para unirnos nuevamente como un sólo pueblo, que pueda pensar libremente, sin miedos, ni tiranías que nos obliguen a desterrarnos de alma y cuerpo... digo yo.
Mañana conversaremos de la última aparición del Coma-Andante hablando de cualquier cosa menos de la realidad de su pueblo...

2 comentarios:

  1. Vé, meiga. Olvídate de la revolución, de su hijo puta creador, coge a tu niña de la mano, ve a tu casa y simplemente limítate a grabar en tu corazón el momento en que Tania, al fin, se convierte en "abuela". Hazme un favorcito: avísame cuando vaya a suceder, porque no me lo pienso perder. Bicos gaitas, mi ambia.

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