jueves, 25 de noviembre de 2010

A propósito de la Hispanidá

Una cajera de Walmart muy amable, -hasta me hizo un cuento de su infancia-, me dice que me seleccionaron para una encuesta por Internet y que de hacerla podría ganarme un premio. Después de almuerzo y mientras esperaba que mi lentísima computadora del canal cargara tres vídeos para usarlos en el programa, me pongo a chismear el website de Walmart, -soy una Tauro pura sangre y cualquier premio, oferta o ahorro me mueve la colita-, empiezo la encuesta pero cuando llego a las preguntas personales como grupo étnico, sexo, etc, me quedo paralizada porque nunca sé que responder en el tema de la raza. Walmart es mas sutil, después de preguntar a que grupo étnico pertenezco, pregunta cual raza siento que me clasifica. En las dos dudo entre blanca e hispana.
Porque entre las cosas que perdí cuando llegué a este país -además de mi segundo apellido- fue el color de mi piel, por lo menos en las planillas oficiales. Ya no soy blanca como creí hasta entonces, soy hispana y para muchos latina, -con el tiempo aprendí que la diferencia es abismal-. No es que sufra mucho por esa perdida, lo que pasa es que siempre me enredo a la hora de llenar las malditas planillas y documentos oficiales, si pongo blanca, asumen que soy anglosajona -al parecer solo los norteamericanos pueden ser blancos anglosajones- y a fuerza, tengo que marcar el cuadradito que diga hispana. Los otros cuadraditos dicen Native-slash-indioamericano, afroamericano -de un tiempo para acá adicionaron negro-slash-afroamericano-, asian y creo que se acaban. Por mas que me miro en el espejo, creo que no clasifico en ninguna de esas, excepto blanca, pero ya una vez tuve un "debate" con una asistente social que insistía que no era blanca sino hispana. Con el tiempo me he resignado a las cosas del Imperio, para muchas somos la democracia del Primer Mundo, para otras no pasamos de las memorias del subdesarrollo. Pero los gringos son así.
Lo que mas me molesta de la clasificación hispana es que los gringos nos pongan a todos en el mismo saco y para ellos el mismo saco es ser mexicano - advierto que nada contra contra los mexicanos, tengo excelentes amigos mexicanos y fue un país que me cuidó mucho en mi transito para Miami-. Lo del saco significa que puedo llegar a un restaurante en Filadelfia y la camarera gringa asumir que mi comida necesita mucho picante. Después de explicarle "suavemente" que no como con picante, que ni siquiera me gusta el picante y que además, soy alérgica al picante, la rubia me mira de arriba a abajo y me pregunta si soy hispana, le contesto que algo de eso, mas bien soy cubana, y me afirma -convencida-, "si eres hispana te gusta el picante, porque a todos los mexicanos les gusta el picante". ¿Ya ven? Hispana es ser mexicana, así que decido no fajarme con una gringa en Filadelfia y menos cuando ando de vacaciones. De todas maneras no tiene atractivo debatir con una mayoría que cree que a Rusia se va en tren desde los Estados Unidos.
En el mismo saco de la Hispanidá entra lo del acento neutro, alguien decidió que el mexicano es un acento neutro y que todos los hispanos para lograr algo en el mercado hispano del Imperio, debemos hablar con "acento neutro" el español, -repito que nada contra los mexicanos-, y créanme que en el "acento neutro" lo único que me queda bien son las malas palabras mexicanas que me las aprendí todas en mi transito hacia la frontera gringa y suenan bien musicales cuando las sueltas de corrido. No es que mi pronunciación sea exquisita -soy habanera y hablo sin pronunciar las r intermedias, cambio las r por las l, me como las d finales, en fin un desastre lingüístico- pero tampoco es para tanto, como para hacer un postgrado en acento neutro si bastante tengo con el inglés y el acento fatal cuando lo hablo.
Seguimos abriendo el saco y sale la música. Volvemos a lo mismo, no necesariamente tengo que escuchar corridos mexicanos, bachatas y merengues, mucho menos salsa boricua que para muchos, es la única música salsa que existe, me gusta la buena música sin etiquetas ni limites, me da lo mismo que sea checa que esquimal, buena música y punto. Y disfruto un disco del Chente de la misma manera que me hierve la sangre con Van Van, lloro con The mamas & The papas, chillo con Fito Paez y muevo el culo con La Shica. Pero bueno, eso es mucho mas tolerable porque existen los CD, el radio satélital y las emisoras gringas de rock. Dentro del saco tenemos también, las novelas, los noticieros, los periódicos y sus notas de "una persona no identificada, de raza hispana" y hasta las celebraciones hispanas publicitadas a bombo y platillo, -lo mejor es que Chili's ofrece buenos especiales de margaritas, si no...-.
En fin, que en este Imperio la diversidad cultural y racial se enmarca en unos cuadraditos de planillas oficiales y en las campañas de las ONG, ademas de la celebración del día de la Hispanidá, donde las escuelas se enredan entre Cristóbal Colón y varios países: México, Argentina, España, Cuba... y lo demás, que se lo lleve el viento. No me extraña que cualquier día debajo de asian, venga el cuadradito de muslim, -porque los gringos creen que cualquiera con turbante es musulmán y que esta es una raza igual que la árabe-. Lo único que me reconforta es que debajo, debajo, debajo, viene una nota que dice contestar esta pregunta es opcional, así que puedo reservarme el derecho de no evidenciar mi enredo racial a la hora de marcar el dichoso cuadradito.
De cualquier manera, termino mi encuesta de Walmart "satisfactoriamente", igual los Walton nunca me conocerán y mucho menos ganaré el premio del sorteo, finalmente logro ver los vídeos pero ninguno sirve para el programa, y pienso que este fin de semana vendrían bien unas margaritas con el puerco-pavo-relleno, unas buenas torrejas llenas de almíbar, algún pulpito hecho a la peruana como me regaló un día una amiga Andina, y para rematar algo sencillo como un churrasquito argentino llegando al domingo, todo aderezado con la cadencia musical de Concha Buika y Chucho Valdes cantándole a Chavela Vargas, creo que es una buena manera de dar gracias a propósito de la fecha y de celebrar realmente la Hispanidá, esa gran y rica melcocha que es este exilio mio de Miami donde un buen café cubano puede tomarse al lado de un restaurante salvadoreño, servido por una nicaragüense, mientras esperas que tu tinte de pelo agarre en una peluquería dominicana después de dejarle el carro al valet parking argentino y que una amiga mexicana te envíe un gracioso mensaje de felicitación que a su vez le reenvías a un excelente amigo boricua. Eso si es celebrar la hispanidá en este Miami que llevo dentro, y los gringos que sigan sin enterarse de nada... digo yo... Japi Sanguibin!!!!!!!!!

domingo, 21 de noviembre de 2010

Miami me acurruca en mil idiomas

Miami me acurruca en mil idiomas
Esta mañana de bostezos desesperados
un hombre empuña un madero
en la esquina de su jardín
matando los fantasmas de la heroína
a su lado la carretera se desangra por el trafico
miradas extrañadas le acarician su sombra
sobre la hierba mustia
un viejo arrastra sus años por la acera
grillete del olvido donde los hijos danzan
-la nostalgia de la ausencia-
la gasolina se cotiza mas que el oro
y Labana de mis pesadillas
se derrumba ante mis ojos
como una vieja cascarrabias
abandonada por el amante
alguien traza laberintos en mi GPS
para perderme conmigo misma
en un acto sicodélico de Brecht
-de aquellos tiempos solo guardo el carromato-
puedo beberme los recuerdos de un sorbo
puedo asumir que soy Superman
y lanzarme desde la tristeza infinita de la multitud
puedo navegar solemnemente entre los harapos ajenos
y regresar intacta a casa con la copa desbordada
una niña terca de muñeca descolorida me despide desde el avión
alguien debiera secarle las lagrimas
alguien debiera consolarla antes del diluvio
pero sólo un perro vagabundo orina serenamente
mientras olfatea el futuro incierto
Miami, despierta a golpes de café
es la hora de los ensayos y las notas falsas
es la hora de descubrir que no somos parias
que tenemos una cama, un techo y un plato de comida
nuestro, nuestro, nuestro
despacio, como una tortuga recién nacida
abro la ventanas y muerdo el sol con ansias
despacio digo adiós a la niña terca y echo a volar el avioncito de papel
Miami despierta, es la hora de todos los muertos...

(Miami, 11/21/2010)

sábado, 20 de noviembre de 2010

El color púrpura... o de eso no se habla.

A los negrones de mi barrio que extraño mucho.
Me crié en el Cerro, en Labana. Un barrio que para muchos es malo, pero que para mi es mi barrio, donde está mi casa de toda la vida, mis escuelas, mis amigos de la infancia de mataparrear, los vecinos de siempre, el bodeguero y el lechero que siempre me resolvían la comida cuando la cosa se puso bien mala. A una cuadra de mi casa, está la Zanja con sus cuarterías y sus solares, y en no sé cuantos kilómetros a la redonda, mas solares. Así que ya suponen que era un barrio lleno de diversidad racial, entiéndase todas las gamas del negro y el blanco. Nunca tuve problemas con la raza y hasta tuve un novio mulato en mi cuadra -fuera del barrio tuve algunos novios mulatos mas-, o sea que recalco nunca tuve problemas con la raza. Incluso soy practicante de una religión afrocubana -lo digo de esta manera para que no se me asusten-, me apropié de una abuela negra ajena y hasta la autonombré mi abuela madrina, y cuando escucho los tambores me sube aquello de "siento un bombo, la rumba me está llamando".  Conclusiones y repito, nunca tuve problemas con la raza.
Bueno, nunca tuve problemas hasta que llegué a este país, un rincón donde sí hay diversidad racial, pero que no se menciona a menos que hablemos de reforma migratoria, y en ese caso son los hispanos los únicos que cuentan en esa conversación, pero eso será tema de otro post.
Y es que una de las cosas que mas me molesta de este país es el tema de los negros, y antes de que piensen que bajaré una muela anti-racismo, aclaro que es todo lo contrario, y para que no saquen conclusiones aceleradas, repito que me crié en el Cerro donde había negros de todos colores, sabores y tamaños, que además eran mis amigos. Crecí escuchándolos decirse horrores entre ellos por la textura del pelo, por el color de la piel, por el grosor de la nariz y de la boca. Aprendí a clasificarlos tal y como ellos se clasificaban así mismos: mulato, mulato achinado, mulato blanconazo, negro de facciones finas, jabao, orterona -ni sé si se escribe así-, negro de pelo bueno, cocotimba, en fin, los llamaba de esta manera sin ofensas de la misma manera que llamábamos a todos los otros: blanco empercudió, blanco de pelo malo, blanco sucio, rubia, albino, trigueño, indio, moro... era mi paisaje diario y nunca reparé en ello, porque era tan normal como amanecer. Así que todo iba bien hasta que conocí a los "afroamericanos".
Lo primero que deben saber es que los afroamericanos no son negros, porque aquí la palabra negro es una ofensa y es de las pocas palabras en español que entienden los afroamericanos. Esa fue mi primera lección: nunca debes decir negro, a no ser que estés entre cubanos porque entre nosotros sí nos entendemos y no hay ofensas ni malas intenciones. Así que para evitar susceptibilidades, ni siquiera me vestía de negro por si acaso salía el tema en público y no tuviera a mano un equivalente a la palabra durante la conversación.
La segunda lección que aprendí fue a no hablarles, ni mirarlos, hagan lo que hagan, si ellos no se dirigen "directamente" a ti. Lo aprendí en el tren camino al College del Downtown, recién llegada a este país. Sentado estaba un negro inmenso, con unos drelos inmensos y una vestimenta indescifrable, a las 7 de la mañana en un tren lleno de somnolientos. El negro inmenso bostezó escandalosamente y escupió como si fuera una gracia y yo lo miré fijo. Me ladró "guatat fokin luque yu", o algo parecido, y yo me acordé que me crié en el Cerro y le contesté -en perfecto español-: "¿qué te pasa, tú? ¿cuál es tu problema?", o algo parecido. Pausa, silencio, todos me miraban como si fuera cadáver, y el negro se rió diciéndome: "yuar fokin fany breiv girl", o algo parecido . Por suerte la próxima parada era la mía y me bajé como una pedrada, con las rodillas temblorosas y sin entender mucho que coño estaba pasando. Un buen amigo que siempre me aconseja, me regañó cuando le hice el cuento y me dijo que bajo ninguna circunstancia me metiera con un afroamericano, que los evitara, porque algún día podía no parecerles graciosa ni valiente.
La tercera lección que aprendí fue aplicar sus mismos argumentos. Un día fui a renovar mi licencia de conducir y en la oficina me atendió una afroamericana con cara de pocos amigos, me pidió mas papeles que para la compra de una casa, los miró con desgana y me dijo que necesitaba mi residencia porque "la antorcha de inmigración" no servía, le expliqué "suavemente" que mi residencia estaba en proceso, que ahí lo explicaba todo en "la antorcha", y ella sin mirar el papel seguía con que no, no, no y no y que lo sentía que no me podía renovar la licencia. Insistí, insistí con todos los argumentos posibles, pero la mujer estaba renuente. Entonces me acordé que crecí en el Cerro y que los escándalos funcionan, así que no tan "suavemente" le grité que aquello era una injusticia racial, que ella lo hacía porque yo era hispana, que me estaba discriminando y que yo exigía que me trajeran a la supervisora para denunciar este horror. La supervisora salió con mis gritos, me pidió disculpas, me pasó a la oficina y me renovaron la licencia rapidito, rapidito porque una denuncia de racismo en este país pesa.
Cuando ya pensé que lo había aprendido todo de ellos y que podíamos convivir en paz, sucedió algo que fue para mi el colmo. Un día llegué a mi edificio y en mi parqueo había un carro estacionado. Yo tenía 5 meses de embarazo de Carola y molesta atravesé mi carro bloqueando al otro -ya dije que me crié en el Cerro y las embarazadas no suelen tener mucha paciencia-, y me puse a vigilar desde el balcón al atrevido que me robó mi parqueo. Resultó ser una pareja de afroamericanos -ella y él-, que por supuesto se molestaron porque mi carro les bloqueaba la salida. Bajé -con mi cuñada la gallega de guardaespaldas que estaba de vacaciones en mi casa- a enfrentarme al atrevido. Estaban histéricos y cuando me vieron -blanca, hispana, latina-, se pusieron mas intensos. Intenté explicarles que parquearon en mi espacio privado, que podian ver que estaba asignado con pinturita amarilla, que era mío, mío de mi propiedad y que ellos no tenían derecho. En el medio de la discusión el hombre me gritó que yo había hecho eso porque ellos eran negros. Para mi fue el colmo, porque por mas que miraba el carro, no veía una señal que dijera: "este carro le pertenece a un negro", ¿entonces?, era el colmo. Cuando me cansé de escuchar los gritos y los insultos, saqué mi barrigona de embarazada, puse cara de mujer-al-borde-de-un-ataque-de-nervios y dije que los gritos me ponían muy nerviosa y que llamaría a la policía porque yo tenía mucho miedo. Y fue mágico, el hombre se calló, me pidió disculpas, mandó a callar a la mujer -que seguía gritando-, movimos los carros y todo se solucionó. Y entonces pensé que era muy triste que tuviera que paralizar de terror con la policía a persona decentes, que no eran delincuentes,  pero que solo actuaban impulsados por un complejo racial.
Y ahí ocurrió mi rebelión y decidí que no podía dejarme llevar por ellos, que nunca tuve la culpa de que sufrieran la esclavitud, el racismo, el apartheid, que no podía vivir frente a ellos con la culpa de ser blanca y aceptar que me maltrataran, que me marginaran, que me prohibieran mezclarme y convivir en paz con ellos, solo porque mi color de piel les recordaba que sus antecesores habían sufrido hasta la muerte. Me rebelé y dije basta, ni siquiera cargaba la pena de tener un bisabuelo cruel y colonizador, porque mis pobres bisabuelos fueron unos gallegos muertos de hambre que llegaron a Cuba huyendo de la pobreza y no tuvieron ni una caña sembrada en una maceta, mucho menos una dote de esclavos negros. Así que aquel fue mi último encontronazo con ellos porque desde entonces vivo con ellos en paz y tranquilidad aunque no les guste. Protesto cuando sale en las noticias que tal comisionado afroamericano de aquel lugar se robó todo el dinero, salía con un regimiento de putas y legionarios, y era un sucio corrupto descarado que cuando lo agarraron y lo metieron preso, salieron todas las organizaciones afroamericanas a protestar indignados y finalmente después de tanta sublevación, fue perdonado y reintegrado a su puesto. Protesto si dos días después sale otra noticia sobre aquel otro comisionado hispano que se llevó 5 dólares de la caja chica y fue deshonrosamente botado del cargo, tiene una investigación federal y le están pidiendo cadena perpetua, y nadie sale a protestar porque no es afroamericano. Protesto si la recepcionista de una agencia del gobierno, una afroamericana de pelo tieso y uñas largas doradas me tiene esperando mientras conversa animadamente con una prima, y me ignora descaradamente como si fuera la mujer transparente. Protesto si los miro y me miran con mala cara, si se molestan cuando los tratas de igual como hermanos, con respeto y dignidad, protesto y seguiré protestando porque no voy a contribuir que su complejo racial nos acorrale y les de el derecho a ser unos antisociales malcriados. Protesto si los maltratan injustamente, si los discriminan, si les hacen daño, pero protesto también cuando aceptan su color como una traba para superarse socialmente, para trabajar, para integrarse como todos trabajando y estudiando sin tener que depender de la ayuda gubernamental.
Y a pesar de los consejos de mis amigos, sigo diciendo la palabra negro porque no la uso para ofender a nadie, me meto de noche en el Northwest, doblo por equivocación en el Overtown, y no ignoro a los afroamericanos por temor a insultarlos por equivocación con mi desenfadada manera cubana de hablar con los negros.
Porque me crié en un barrio lleno de negros que te decían barbaridades de piropos cuando los tropezabas en la calle, que compartían el trago de alcolifan escondido en la latica de refresco y la chivichana, que bailaban contigo sin problemas, que estudiaban a mi lado en las aulas, te enamoraban sin importarles que fueras blanca, azul o verde, te hablaban mirándote a los ojos y no se sentían inferiores ni superiores por ser negros, porque no tenían complejos de andar por el mundo siendo negros, ni tampoco sufrían exageradamente porque hace muchos años fueron esclavizados, masacrados, y discriminados.
Por eso la primera vez que pisé Dominicana y me saludó un negro caribeño bien amable, y alguien comentó a mi lado: "definitivamente los negros caribeños son diferentes", pensé que tenía razón, que eramos diferentes y no porque los afroamericanos no tuvieran sangre y cultura caribeñas, sino porque nosotros andamos por el mundo sin arrastrar las cadenas que una vez sufrimos, ni siquiera nos dejamos ya encadenar por nada, ni por el color de nuestra piel y no nos da la gana que nos marginen y mucho menos, nos marginamos. Y aceptamos que somos diferentes porque cada uno es uno individualidad, no porque somos rosados, amarillos o naranjas. Y al que le guste bien, y al que no, también como decían los negrones de mi barrio... y como digo yo.