viernes, 11 de noviembre de 2016

Entre generaciones se decide el juego

Confieso que llevo tres días metiéndole cabeza al asunto, leyendo noticias, columnas de opinión, post de amigos y conocidos, comparando estadísticas, encuestas, e intentando descifrar todas las señales y, sobre todo, repasando a mi gurús Bauman y Agamben.
Soy Generación X, aunque en Cubita, mi país natal, me tilden de Generación Y por la inicial de mi nombre, pero realmente soy Generación X, la generación que actualmente tiene entre 39 y 49 años. Los Gen Y son los que vienen detrás de mí, los que en estas elecciones presidenciales se llevaron el protagónico, porque podía y no lo hicieron, y ahora inconformes, se tiraron a la calle a protestar. Y hablo de la Generación Y, o como la prensa los llama: los Millennials.
Desde el 2012, repito una palabra: reinventarse, y como buena Generación X, pongo de ejemplo a Madonna, para mí, la reina del reinventarse y seguir en la preferencia. En el 2012 y por varias circunstancias personales, entendí el concepto y miré mi vida en retrospectiva: si no me hubiera reinventado, no hubiera sobrevivido una Cuba con Período Especial y un exilio en un país ajeno, sola y diferente. Por tanto, el concepto fue la epifanía: reinventarse, porque la supervivencia consiste en reinventarse continuamente, adaptarse a los cambios y moldearlos a ti, tal como dijera el abuelo Darwin: «la supervivencia del más apto». Y así iba, creyendo que lo lograba, caminando feliz entre el mundo analógico de donde vengo y el mundo digital que se impone desde que inició la llamada Revolución Tecnológica.  Incluso, hasta uso los dos términos, analógico y digital, para etiquetar pensamiento. Así iba, creyendo, ilusa, que funcionaba.
Pero los Millennials, en estas elecciones presidenciales, me hicieron sentir completamente irreal y hasta analógica veterana. De pronto, me vi como una mezcla entre avatar y persona de carne y hueso, que se pierde en una secondlife donde la Mujer Maravilla es embajadora de la ONU para enseñar a niñas, reales, a defenderse de la violencia de género; donde se crean revoluciones chulas y peticiones de campañas virtuales a las que me uno, creyendo que realmente cambiarán algo; rodeada de desconocidos virtuales con nombres y fotos de perfiles graciosos, entre hashtag multitudinarios que abruman, para despertar después en la vida real, con estadísticas reales y dolorosas que confirman que todo sigue igual, y a veces peor, si nos guiamos por los noticieros.
Los Millennials, según han ido revelando los números, dieron la mayoría de su voto a la Clinton, un 8% votó por la opción alternativa y los demás, muchos, no votaron, se quedaron quizá en Starbucks, metidos en sus virtuales zonas de confort. Los que saben, dicen que es lo lógico y siguen tan anchos, pero yo me escandalizo y descoloco, porque se me despinta la analógica. Primero, me encantan las alternativas, mucho más porque me saturé de ¡patria o muerte!, dentro o nada, revolucionario-contrarrevolucionario, esas dos opciones que nos imponen allá en Cubita. Pero reconozco que las opciones políticas y sociales funcionan, si viviéramos en sociedades reales de alternativas. A pesar de insistir que tenemos alternativas, vivimos en un sistema, casi absoluto, de dos opciones: republicano-demócrata, donde las opciones como votar liberal o no votar, no pasan más allá de opciones en boleta. En la realidad, votar liberal o no votar, lo único que hace es favorecer a un candidato de las opciones establecidas y en algunos casos, como ahora, fortalecer al candidato que no querían los Millennials, y que creen que ahora lo resolverán, tirándose a las calles en protestas. Pero desgraciadamente, no se resolverá de esa manera. Se resolvía en las urnas y no hacerlo, era un error. Porque aunque los Youtubers le hagan la competencia a los medios audiovisuales convencionales, los blogs y los periódicos independientes onlines tengan más seguidores que la prensa escrita convencional, y la mayoría de las revoluciones las gesten los Millennials en Facebook, Instagram, Twitter, Flickr, Tumblr, WhatsApp, Snapchat y YouTube (y solo menciono las más conocidos, porque la masa de App que ellos manejan es alucinante), creando y desbaratando grandes comunidades de afinidades, sin conocer a casi nadie personalmente, la dura realidad es que si no salen de la secondlife a participar activamente en la vida real, seguiremos analógicos, social, política y económicamente hablando.
Y quien lo dude, es porque no leen las señales de todas las elecciones que han ido sucediendo desde el 2007, en el mundo, y las sucedidas en estos 8 años con tres elecciones a cuestas, donde nos cuentan que los Millennials andan decidiendo la jugada. Y para que disipen la duda, repasemos los números: en Estados Unidos hay censados más de 83 millones de Millennnials, o sea, más de la cuarta parte de la población, y actualmente, superan en cantidad a los Baby Boomers (la generación antes que la mía), siendo entonces la generación más grande del país junto a los Gen X (o sea, mi generación), y agrupados X y Y (la mía y Millennials) formamos el grupo electoral más grande: 56%. Que fuera un peso electoral heavy si los Millennials se dejaran atrapar, y si hubieran salido a votar en bloque como anunciaron en las redes sociales, que dicen los que saben, que entonces hubiera ganado la Clinton.
Y fíjense si los Gen Y no se dejan atrapar que, por ejemplo, mientras Obama se mostraba con su Blackberry en la mano, conectado a tiempo completo en las redes, lanzando su grito de guerra ¡Yes We Can!, con propuestas innovadoras anti-establishment y subiendo las escaleras a trote como un adolescente, los Millennials le hacían la ola y lo seguían hipnotizados suscribiéndose por montones a sus perfiles, siendo empujados a salir de sus sofás para votar real. Cuando Obama soltó el celular y empezó a encanecer con las manos en los bolsillos, no lo salvaron las perretas y el pulso que echaba con los que «mecen la cuna», porque los Millennials veían que el pulso quien lo echaba, realmente, era la Malia con sus post rebeldes, sus camisetas con frases que respondían a la crítica y su participación en conciertos «raros» donde «parecía que fumaba mariguana», según enfatizaba la prensa convencional. Y la actitud adolescente, típica (todos pasamos por ahí), chocó con la preocupación, típica (muchos estamos ahí) del presidente por su hija, y entonces, Obama comenzó a develarse como la Generación X que es: ¡un papá aferrado a lo clásico! Y ahí ¡¡bye bye Millennials!! y #ObamaNoEsIn.
Porque tenemos que entender que los Millennials son una generación crítica y exigente, pero muy volátil, que tienen una relación (yo diría bipolar) con la política-sociedad-economía formal, abierto a todo lo no tradicional porque desconfían de ello. Por eso, su volatilidad (¿ya enfaticé que eran volátiles?) los hacen sentirse hoy atraídos por Sanders, emigrar a Hillary cuando dio su apoyo a Sanders, repudiar a Hillary porque escogió un matrimonio convencional de conveniencia, amar a Hillary porque es una mujer inteligente y profesional, repudiar a Trump por sus comentarios sexistas y racistas, admirar a Trump por ser un empresario de éxito, escuchar a Trump porque no es políticamente correcto, odiar a Trump porque excluye a las minorías, y así, envueltos en la bandera progresista y liberal, desde donde quiera que puedan conectarse virtualmente a través de su secondlife, armando revoluciones virtuales que mueven millones de seguidores, que convierten en tendencia viral una causa que dentro de dos semanas será obsoleta porque ellos ya están creando el próximo hashtag que revolucionará la Red. Y aquí es donde soy yo la que hace perreta, saca su 60% analógico y grita que necesitamos un laboratorio para lograr conciliar X y Y en una sola cadena cromosómica eficiente que nos haga caminar hacia delante, y no como si estuviéramos en una montaña rusa a alta velocidad donde se me acumulan las situaciones sin soluciones y donde giro en el mismo sitio.
Y es que definitivamente, la comunicación universal actual no es el celular como pretenden los Millennials, ni la vida real es un batido de colores brillantes entre secondlife y la realidad, ni los problemas se resuelven con un hashtag por muchos suscriptores que tenga y muchas fotos y videos que cuelguen protestando. La realidad es esta, donde hay muchos (aunque andemos hacia ser minoría) que seguimos pegados a los valores convencionales (pudiéramos decir: «del pasado»), aunque logremos conciliar un idealismo sesentero con un cinismo pragmático a golpe de crisis y recesiones, donde a veces el exceso de tecnología e información nos agobia y nos lleva a reunirnos real para un café o cervezas, y vivimos con los pies entre los chanchullos del cibersolar, las cuentas del mes y leemos periódicos establecidos aunque sea online, entre blog y columnas de opinión, y tenemos televisores en nuestras salas con noticieros parcializados, y generalmente, andamos más tiempo lejos de la comodidad de nuestros sofás. La vida real es que cuando queremos cambiar algo, tenemos que votar (real) en las elecciones porque un voto sí cuenta, o proponer (real) enmiendas y leyes a través de los canales (reales) establecidos y no armar dimensiones fantásticas virtuales llenas de activistas de campañas fabulosas y cuando la vida real nos golpea porque no salen las cosas como queremos, entonces salir de la virtualidad para revolucionar a protestas reales las ciudades, protestas que dentro de dos días no serán más que otra tendencia en la secondlife con un párrafo de hashtag, sin soluciones.  

Porque, al final de todo, aunque una costa sea hípster y la otra hippie, seguimos siendo un país capitalista, donde la Gen X manda a sus hijos Gen Y a las universidades para que sean profesionales y tengan buenos trabajos, o creen sus propias empresas, exitosas y prósperas, todo muy conservador. Porque al final de todo, sigue triunfando el conservadurismo, siendo ahora más fuerte que nunca, aunque algunos sigan diciendo que el elegido no lo representa y se crean que ¡ahora sí vamos a cambiar! Pero realmente, no vamos a cambiar, porque el quid está en agarrar lo mejor de un lado y de otro, y armar un producto nuevo, que revolucione las dos dimensiones: la real y la virtual, y logre sacar, de una vez, a los Millennials de su cómoda secondlife para que participen en la vida real con sus ideas, sus proyectos, su activismo, y sobre todo, voten real por lo que quieren, porque un voto sí cuenta. Porque al final de todo, ¿qué hacemos viviendo de tendencia en tendencia, de hashtag en hasgtag, armando perreta cuando no sale lo que idealizaron en su dimensión virtual, y revolucionando el frágil sistema mil veces zurcido y apuntalado, pero que sigue funcionando como la vieja montaña rusa de madera? Porque al final de todo, cuando se caiga este sistema, ¿qué es lo next, si no tenemos propuestas reales, en la vida real? ¿Qué es realmente lo next, en un mundo que se debate entre lo global y los muros, con docenas de ideologías y sistemas sociales fracasados y obsoletos que insistimos en revender, donde «la política no cabe en la azucarera», y los inmigrantes y supuestos nativos se dan piñazos en un metro cuadrado de cemento, donde quiera? ¿Qué es lo next en un Acuaworld donde la anarquía virtual es la Tierra Prometida completamente incomunicada con el Planeta Tierra? ¿Qué es lo next cuando la Generación Z (mi Carola) ya comenzó a empujar para posesionarse, con una dependencia mayor de la tecnología y donde impera Snapchat con su sistema de borrado de mensajes y Signal con su sistema de cifrado que no puede penetrar ni el FBI? ¿Qué es lo next? ¡¡No lo sé!! Lo que sí sé es que urge reinventarnos o seguiremos entrando, profundo, en esta mala parodia de Game of Thrones con Terminator, y cuando sea tarde nos daremos cuenta que se nos olvidó cargar con el GPS analógico para encontrar la salida del laberinto, y las actualizaciones entraron por Snapchat y se borraron, y quien único tiene la respuesta se comunica por Signal y no podemos penetrarlo, porque convive su eterna secondlife bajo el avatar de Anónimo, ¿y quién es Anónimo?... digo yo.

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